viernes, 29 de mayo de 2009

(…) Desafinados Solitarios

Algo nos rescata de la arbitrariedad, la común sospecha de que el universo podría no ser como lo imaginamos, que el tiempo no es sino una materia untuosa como la mermelada y que somos los mitos de minotauros y unicornios que se niega a aceptar la realidad.
Un pueblo subterráneo, instalado como un moho sutil en la comodidad de la historia que ha venido dando testimonios en torno a estas materias vertiginosas. A esta familia de sospechadores del cosmos, de contrabandistas metidos de perfil en la cultura, de incómodos hurgadores del dedo en la llaga, a esta familia de piedritas en el zapato, idiotas de la casa, aguafiestas, a esta repelente tribu de músicos desaliñados, de incordantes vocacionales, de resfríos de verano, pertenecemos nosotros.

¿Para que necesitaba el triunfal cristianismo post-Paulino, los eones gnósticos y el orden de la Eneada?
¿Qué falta le hacían los Cataros a la edad media? ¿Quién le dio vela a Jonathan Swift en el entierro de Cromwell? ¿Qué necesidad tenía la literatura infantil de la perfidia de Carrol?
(ES DECIR, ¿Y SI EN VERDAD ALICIA ES UNA PROSTITUTA DROGADA EN UN BAR DE LA TERCERA AVENIDA?)

Preguntas que jamás tendrán respuestas, los cronopios existen, como los imprevistos metereológicos, como los eclipses diurnos de luna (Que si no se pueden ver para que mierda se producen), como los empecinados Celacántidos (¿Qué coño es eso?) que ya deberían estar muertos desde el cretáceo (Todos deberíamos estar muertos desde el cretáceo, desde que nacemos) y sin embargo somos como una infiltración de la naturaleza en la cultura, el pensamiento pre-lógico en las computadoras, de la solidaridad en el orden, del estornudo en la solemnidad.

Intuitivos, desmañados, cándidos como serpientes y astutos como palomas, remolones, indecisos, afables, haraganes, un poco estúpidos, terriblemente inoportunos, estamos ahí, tocando las desafinadas cornetas que alteran el sueño de los justos, riendo como tontos y, en resumen, haciendo irritar hasta el crujir de dientes a quienes no pertenezcan a la tribu de desafinados solitarios…

Autor desconocido.
Recopilado por Sariel Rofocale


Celacantido: Celacantiformes – Orden de peces osteíctios crosopterígios que comprende gran número de especies fósiles, sobre todo en el carbonífero y el pérmico y un único representante viviente, el celacanto. (Espinas vacías)
Diccionario Enciclopédico Salvat. Vol. 3

Días sin humo

No hay mucho que decir de los días sin humo…
Son tan aburridos e inútiles como los demás, no hay diferencia…
Por lo menos no una mayor que la exacerbada percepción del mundo.
Un sediento que escucha las levísimas notas del agua entre las rocas, quizá, mas no es esa la comparación que tenía en mente. Por que escucho las rocas, y su tintineo contra el agua (O viceversa) pero no es mayor la angustia que me produce. Lo que pasa con el que ha bebido (Algún líquido, se sobreentiende), es que no está sediento. Así de simple, ya que cuando ha bebido lo suficiente, es por completo ajeno a la magia y añoranza del agua inalcanzable. Digamos para que me entiendan que el tal sediento se halla en la última fase de deshidratación, rozando el delirio y ad portas de morirse (Que no es un estado en el que uno desearía encontrarse, y que aún sigue siendo exagerado para describir a los días sin humo)…
En fin, los días sin humo no se diferencian de los demás, por que siguen siendo días, ya saben, 24 horas, hay sol, chubascos, repentinas oleadas de calor en las que la gente se ahoga dentro de sus propias chaquetas, lamentando haberlas cargado en la mañana, o al contrario, repentinas oleadas de frío que llena de escarcha los prados y agrieta los labios con estallidos silenciosos y sangrientos, a duras penas contenidos por el Sharp Stick, la crema de limón, y la manteca de cacao.
Cosas por el estilo. Es posible, altamente probable, que el problema no radique en la ausencia del humo. Sino en la pérdida de ese estado de certeza del final inevitable. Es casi beatífica, gloriosa, la coherencia, la elegancia que se halla en el humo. No puedo menos que pensar en la extraña seguridad que este nos otorga. Como si pudiésemos gritar ¡SI! Henos aquí, mientras e humo nos asesina. Y ello justificase todo, todo. Lo bueno, lo malo, y todo lo demás. Es eso, supongo, lo que también perturba en sobremanera estos días.
La reestructuración de los rituales. Tener que encontrar nuevas claves, otras formas de acceder a la información de las cosas simples. Tales ritos, que en algunos hombres y mujeres llegan a alcanzar la categoría de culto, son sin embargo esenciales para nosotros, ahora bien, no todos los que son gente del humo, son desafinados solitarios, como tu, o como yo, que escribo estas líneas, tanto para mi, como para ti.
En la gente del humo también hay mediocres, zoquetes, bastardos, cobardes, y un largísimo etcétera, como tu, o como yo, por que ¿Quién nos garantiza que no lo somos?

Por supuesto, que no se nos olvide hablar de la desorganización mental que produce su ausencia. Tan acostumbrados nos encontramos a funcionar con aquella fuerza extra, que de repente, todo toma un color simple, desafinado, irritante. Se equivocan, o mienten descaradamente, quienes aseguran que tras los días sin humo recuperas el gusto, o la fortaleza física. Au contrarie todo es más simple, todo es más lento, y todo, en definitiva, te sabe a tierra. Si, a la larga, tras unos cuantos meses, será sorprendente al subir las escaleras, gratificante incluso caminar una larga jornada sin sudar como un cerdo y necesitar de terapia respiratoria de emergencia. Pero el humo… ¡El humo! Ese es el punto, los días sin humo son irritantes, no sabes que hacer con las manos, por que falta algo entre tus dedos, hace falta el olor, el aroma rancio depositado en capas sucesivas sobre la ropa. El brillo amarillento sobre tus dedos, la fortaleza inexpugnable que te proporciona el hecho de ser una chimenea viviente.
Nada es tan bueno como para permitir que tales muros se derrumben. Nadie es tan bueno, si no es capaz de soportarlo. Si lo hace, bueno, esa es otra historia, y gracias a ella, en gran parte, es que comienzan los días sin humo. Por lo menos en mi caso.

Tendré que encontrar un nuevo valor, por que ya no me siento protegido sin mis clavos de ataúd. Y el peso de la angustia será peor a medida que lo necesite menos, mas encuentro maneras mas elegantes de superarlo (Exiliarme mucho más de lo necesario, por que… ¡Mierda! ¡Todos los que conozco son gente del humo!) que rumiar eternamente y como un imbécil pequeñas pastillas, lo siento por las farmacéuticas, (La verdad me importa una mierda, en estos días casi todo me importa una mierda) pero ahí es donde se equivocan. El problema con la gente del humo no es la nicotina.
¡Es el humo!
Pensadlo bien, tiene sentido, sobre todo si recordáis lo que antes he escrito. No es nada más sino el humo, esa serpiente plateada que amarillea nuestros dientes y dedos, que deposita olores rancios y agradables sobre nuestra ropa, que nos defiende de los curiosos, que nos hace ver mas torturados, mas elegantes, mas interesantes, y sobre todo, nos hace sentirnos inalcanzables, mas allá de nuestros evidentes defectos. ¡Por favor! La nicotina es solo un bonus track.
Pero bueno, pese a todo, siguen siendo días sin humo, con todo lo que implican, con todo lo que evitan. Preguntarse o no, sobre la utilidad de estos días, carece de importancia, como a la larga carece de razón pensar si viviremos más por esta causa. ¿Quien lo sabe a ciencia cierta?
¿En verdad, creéis que me importa?
Ya no será tan simple como decir, que no hay tabaco.
Pero, y a lo que va gran parte de esta gran parrafada, habrá que hacerlo. Espero lograrlo, y no acabar en ilusiones fallidas como casi todos los actos de los hombres. Así pues, se hace preciso decir, para terminar y encontrar otra cosa que hacer y en que pasar el tiempo…
Los días con humo eran una mierda… Pero ¡Joder! ¡Carajo!... ¡Como extrañaremos esos días!

Sariel Rofocale