jueves, 27 de noviembre de 2008

Visión de café y promesa de lluvia



Ayer, cuando vivía, atormentado por el vagar de las vacas en la acera,

Ayer, que vivía, en intranquilo coqueteo con la muerte,

Tuve un desliz impensable, digno del torpe, digno de un grito,

Me dejé tentar por su risa, que me arrastró por calles húmedas y sucias,

Ofensiva hilarante del “Tet” parisino,

Dragones rojos, volantes de papel y aluminio…

Risa incómoda, monstruos de felpa…

Me robaron la caricia y perdí el camino hacia mi cama,

La revelación final, de mi ímprobo “passes de faire” me hizo aceptar una verdad tan cómica que roza el límite de la tragedia…

Un mundo, con vacas de felpa y animales pintados en una cometa lisiada,

Bien puede ser una curiosa definición de un sitial en el infierno…

Quizás escucho, disfrazado entre el humo que me mata dulcemente,

La risa de un dios cínico y comediante,

Un coro, de sus ángeles sucios, susurrantes,

Burlándose de mi empeño…

Que poco rato dura la vida eterna,

Cuan fácil es escapar del castigo y el deber (Que son lo mismo)

Cuando hay en los bolsillos tabaco y delirio…

Sariel Rofocale

In nomine…


Gente que pasa, que corre, que escapa,

Gente que duerme, sueña, trabaja…

Gente que teme, que odia, gente que me desprecia, gente a la que detesto…

Gente, y sus hijos, y los hijos de sus hijos…

Gente, que olvida, gente camino, gente destino, que enloquece, que divaga, gente que enfurece en servilletas de papel…

Gente que grita, gente que reza, gente que se detiene a pensar, que se empeña

Gente, que desfila, gente derrotada, aburrida, victoriosa…

Gente, con propósito, gente que escribe,

Gente sin alma, gente, sin ton ni son…

Gente que vive, gente asesina, gente que cree,

Gente blasfema…

Gente divina, gente expatriada,

Gente pobreza, gente hambre y niños en carricoches,

Gente adulta, viejos infames, libidinosa gente, y los infantes…

Gente punto y coma, gente tres puntos y un desatino,

Gente que estudia, gente que lucha,

Gente que roba, gente burlona, animosa, gente obsesiva, gente vengativa…

Gente, que me observa mientras observo a la gente…

Gente café, en el marco de la piazza, ¡Di nuovo!

Gente solitaria, al fin y al cabo…

Sariel Rofocale

miércoles, 22 de octubre de 2008

Réquiem por lo antiguo


Quiero ofrecer hoy a la noche, y a la luna que todo atormenta con su voz plateada y siniestra, un sencillo sacrificio de mi emoción doliente, antes de que el olvido destroce con sus garras de acero, lo que he matado en mi memoria, antes de que las voces de mi pasado, se difuminen para siempre, en la confusa masa de rostros y voces de las que se compone al final de todo, lo que un hombre llama vida. Quiero cantar, rescatando la inocencia, con una voz, que ya esta vieja, en honor, de los tiempos de antaño, cuando el sol era igual de gris, y mentiroso. Honrar, la memoria de los muertos, de los que se han ido, de quienes se han marchado, por el destino, o por que yo o ellos lo hemos decidido, con lo que me resta de mi voz antigua, con las cenizas, del que una vez, hace tiempo, fue llamado, por demonios y hombres, caballero del olvido.

Quiero entonar, hoy que puedo, hoy, que la voluntad, no me ha abandonado, por la gloria de plata y oro del hermano devorado por el hastío, masacrado por el olvido, Uriel, el de los ojos de acero, y su voz grave y venerada, firme al embate de los miedos, toda furia y entereza, ante la vorágine de su infierno… ¡Otro caído!

La suave desidia de mi amada dama, la de los dedos de hiedra, que me envolvía en silencio, arrastrándome al averno, por Gabrielle, señora del llanto, hija del miedo, desposada con la desdicha… ¡Otro caído!

La dulce esperanza, de mi hermana, dama de las aguas, la que vagaba con siniestro pesar entre las ruinas de templos perdidos, a la espera de su ángel, muerto desde antes de empezar con su anhelo… ¡Otro caído!

A Ainwüe la de ojos de galaxia, el dolor que le he causado, y lo cerca que estuve, de llevarla junto conmigo, a esta vagancia que coquetea con la muerte, lo cerca que estuve de hacerme hacedor de una muerte inmerecida… Por su perdón, que no me cansare de suplicar en las horas mas sombrías…

Por ellos, adorno esta copa, de negra sangre y de hielo, a ellos, que me forjaron en los tiempos en que el aire era mucho mas fresco, y el color de los árboles no había caído aun en las garras de la sombra, por ellos, que me construyeron esta barca, de navegante de todos los fracasos, y esta espada, y esta piel, de caballero mentiroso… ¡Por los que han caído!

Cerca esta la hora, en que ellos, yo, y todos los que he conocido, seremos sepultados sin piedad por la roca, para siempre perdidos en la nada, por siempre vencidos por el olvido,

Hay aún, un largo trecho, que me separa de la muerte, pero cerca, muy cerca, están las puertas de la nada, en la que solo me espera, la condenación o la misericordia…

S.R

Umbra

Arles

Caballero de olvido

Recuerdos



¿Que recuerdan los hombres,

Cuando duermen, el sueño corto de la muerte?

¿Que arrulla sus almas, cansadas del camino, antes de abrir los ojos de nuevo?

Cuanto de ellos mismos recuerdan,

Cuantos de ellos, son conscientes, del momento antiguo, donde todo ha comenzado…

¿Qué es lo que se preguntan los muertos, al ser cobijados por el lodo que arrastran los ríos hasta el mar?

Que es lo que anhelan, que es lo que desean…

Si es que bajo el río, todos somos iguales,

Todos huesos, todos carne, alimento de alimañas,

Nidos cálidos de bichos, peces, piedras y algas…

Hay un rincón, en donde se reúnen para beber,

Del vaso amargo del olvido,

Antes de elegir, por que son tontos (Todos) una forma de volver a comenzar…

Una sucesión de muertes, y nacimientos

Hasta el momento preciso en que la nada, dio paso,

A un punto mediocre e insignificante de luz, y de allí… ¿Quién lo sabe?

¿Que quieren los muertos?

¿Qué anhelan en el corto sueño de la muerte?

Nadie, nadie lo sabe…

¿Amor? ¿Libertad? ¿Paz?

O acaso, ¿Solo recordar? O, ¿Olvidar para siempre?

Nadie, nadie lo sabe…

Nadie sabe, si esto, que vemos siempre, es la vida verdadera,

O, otro momento, antes del salto al vacío.

Umbra

Quisiera saber, si estarás mañana…

Lo que trae de nuevo el viento.



¿Que pasa por mi cabeza?

¿Que auguran este silencio, esta opresión, esta repentina gana de nada?

Por que este calor en mi cuerpo, esta fiebre, que me roba el aliento…

¿Acaso, ha llegado la hora del martirio? ¿He de pagar los crímenes de mi historia?

Mas, no, no es eso, de ser así, llenaría mi alma un espanto primitivo, y una alegría funesta animaría mis parpados caídos.

¿Que es esto? ¿Por que el husmear de este lobo alevoso y mal plantado, se ve de improviso acechado, por un peligro mayor que el de la misma muerte?

Por que este cansancio, por que esta decrepitud momentánea de mis pasos,

Por que este alto en el camino al barranco,

¿Por qué?

¿Qué es lo que me acecha?

¿Qué es lo que turba mi secreta complacencia?

¿Qué dios o demonio han decidido mi ruina?

¿Qué hombre imprudente anhela la muerte?

Por que de pronto esta tristeza innombrable... Por que de pronto, este cansancio opresivo y vergonzoso…

Por que no me trae más el viento, el perfume de la muerte,

Por que sospecho que llega el día de la ruina roja,

¿Por que sospecho, que esto, que trae hoy el viento, no es sino la burla de mi epitafio?

Por que este miedo que me deshonra, más de lo que yo ya me he deshonrado.

Por que esta añoranza de otros vientos, y otros caminos,

Por que este recuerdo de tardes ya muertas, de otros sueños, otros bosques…

¿Por qué?

¡Piedad! ¡Piedad o venganza!

¡Castigadme u olvidadme!

¡Matadme o Dejadme escapar!

No, no ha cambiado la dirección de la brisa, aún azota con furia callada las copas de los árboles…

No he obtenido piedad, dispuesto esta el sacrificio…

Y pese a que aún guardo la esperanza de escapar, una vez más de mi destino,

No puedo evitar llorar, por lo tonto que he sido, y esgrimir de nuevo este acero cansado y roñoso…

¡Donde estáis! ¡Que esperáis! ¡Soy solo un hombre! ¡Dispuesto a combatir!

S.R

Umbra

Carai An Caldazar

Carai An Elissande

Aconitum Mashiara

viernes, 22 de agosto de 2008

El adios

(Nana para morir)

Despierta niño, despierta...

Ha llegado la hora, y este, es justo el momento...

Tranquilo, amico, tranquilo...

Para cuando llegue la muerte, te acompañará una estrella,

Rojo tu brillo como el pulsar de su sangre...

Aguanta, viejo, aguanta...

El cálido rugido de la agonía en tu entraña... De tu dolor se alimenta la rabia, y esta tristeza, escribirá en los vientos el eco de una leyenda, que pronto se olvidará... De nuevo...

Cuantos, que dormitaran escondidos, hasta el retorno de otra era, para estallar al final, su fuego y su pesadilla...

Respira, paisan, respira...

Vete tranquilo, al devenir de este sueño, guarda tu pena,

Cubriéndote de nuevo, con el fulgor de tus alas,

Con la inquietud de tu brazo... Con la voluntad... Con la lucha...

Este frío, que martiriza tus manos, es solo la suave caricia de tus amores muertos...

Tu último suspiro, hará mella en la noche.

Descansa, Sariel, descansa...

Cuando llegue el momento, partirás sin menoscabo...

Cuando llegue la hora... Tú morirás... Sonriendo.

S.R

Umbra

miércoles, 6 de agosto de 2008

La Séptima Luna



Soy el último, el sobreviviente de una larga línea de luchadores... Y el único que puede contar esta historia para las generaciones venideras... Por supuesto, si es que hay alguna posibilidad de que los hombres vuelvan a habitar estas tierras. Hoy, solo el cielo infinito es el testigo de lo que resta de una gran ciudad, y el ciclo eterno de días y noches se cierne sobre la calma imperturbable que se desliza entre las torres y edificios que ya comienzan a ser vencidos por el paso del tiempo. Esta calma, esta tranquilidad, no tienen nada de sagrado, para mí, que espero sin prisa la llegada de la muerte, este silencio opresivo es tan solo el estigma de la destrucción. Pese a ello y aún con toda la ironía que encierra, soy libre...


Como relatar el inicio, como revelar a quien sea que después de mi muerte logre tener estas hojas amarillentas en sus manos, la hecatombe que llevó a toda una raza a una muerte horrenda y estúpida. A quién culpar de ello, sino a nosotros mismos... A nuestro miedo, a la terrible inseguridad que anida en el fondo del corazón del hombre, fruto íntimo de la certeza de la propia insignificancia frente al universo que sigue allí, y seguirá después de mi final, ya próximo... ¡Ah! Elloria, la de las calles de plata, la ciudad que sobrevivió a los holocaustos de la antigüedad, cuando hombres tan débiles y poderosos como nosotros, desafiando las leyes de los dioses y otros hombres, desataron sin piedad ni temor las fuerzas ocultas en la tierra. Elloria, que logró sobreponerse al poder de las estrellas que barrió la faz del planeta, llevándose consigo los sueños y vidas de otras tantas ciudades y pueblos... La flor que se erigió a los cielos sobre el osario del pasado.

Siglos habían corrido sobre la luna, siglos de dura lucha contra un mundo que ya no quería seres vivos en su rostro, en los que la esperanza surgió combativa, estableciendo las bases sólidas de un futuro promisorio... Hasta que llegaron ellos, de las profundidades de la tierra. Ocultos, para salvarse de los grandes cataclismos que sus antepasados desataron sobre la tierra, tan parecidos a nosotros, pero a la vez tan horrendamente diferentes. Mientras la vida pugnaba por resurgir, ellos cambiaron, y se convirtieron a sí mismos en retratos desvaídos de lo que habían sido. Bestias, no existe otra palabra para describirlos, sedientas de sangre, hambrientas de poder y de inocencia... Su sola existencia se había convertido en muerte, y la dispersaron por doquier con generosidad. Tan imprevista fue su llegada, que nadie tuvo tiempo de organizar una defensa seria, y para cuando ellos llegaron a la ciudad, ya solo restaba un reducido núcleo de gentes (Entre las que me encontraba) en condiciones de luchar.

Y fue una batalla larga, que duró años, penosos y lentos, en los que la sangre corrió en ambos bandos pródigamente.

¿Que motivos tiene el hombre para seguir viviendo aún cuando las condiciones en las que vive le son adversas? Aún hoy lo ignoro, quizá el miedo a la muerte, que es un poderoso incentivo para nuestra especie... Así que perseveramos, y seguimos en pie, desafiando el poder de las sombras con una tenacidad rayana en la demencia, mientras intentábamos encontrar una forma de destruir para siempre el maligno poder que nos masacraba. Y no fue sino en las postrimerías de nuestra resistencia, cuando ya todo parecía perdido, que algunos de nosotros, logramos encontrar, después de años de búsqueda infructuosa, bajo los túneles que poblaban nuestra moribunda urbe, el maravilloso depósito de maquinaria que los antiguos habían escondido. En donde se hallaban, aún intactas tras tantos años, las poderosas maquinas que casi destruyen por completo el planeta. Maldito el día en que yo mismo encontré la manera de atravesar las barreras que los antiguos habían colocado sabiamente, para impedir que los insensatos llenos de miedo como yo, accedieran a los indestructibles portentos de la muerte. Maldito el día en que pise el suelo impoluto de la cámara, y llevé con mis propias manos el pequeño cilindro plateado que llevaba en sí el germen de nuestro espantoso final.

Tarde, muy tarde descubrí los registros que allí se encontraban, que anunciaban el peligro implícito de aquel artefacto, la razón por la cual fue sellado en ese lugar... Demasiado tarde para lograr que los mayores, presas de la desesperación, dieran vida a la pequeña máquina... Tarde, pero justo a tiempo para ver como el cielo fue iluminado por un horrible resplandor, cien mil veces más poderoso que nuestro viejo y amable sol, mientras terribles convulsiones estremecían las raíces de la tierra, derrumbando todo lo que en ella había, vivo o muerto.

¡Oh Dioses! ¿Por que no permitisteis que muriéramos en aquella ocasión? Por que vivimos, y la ciudad, maltrecha, también quedó en pie, mientras el júbilo se apoderaba de los corazones cansados de luchar...

Cuando traté de advertirles, cuando rogué y supliqué que retornáramos al antiguo refugio para escapar de la maldición que se nos venía encima fui tildado de loco, de enfermo, y conducido sin posibilidad de redimirme a la más oscura de nuestras celdas... Si, el miedo, el miedo fue lo que me impidió actuar con mesura, sin antes revisar a fondo el almacén de maravillas, el miedo fue el que impidió a los mayores escuchar mis ruegos, mientras sellaban de nuevo, y esta vez para siempre aquél depósito, restableciendo sus antiguas defensas, sin que hubiese poder sobre la tierra capaz de penetrarlas de nuevo...

Una losa de piedra aplastó mi corazón cuando me di cuenta del terrible final que nos esperaba... Si, era cierto, vencimos a los invasores, pero a cambio, empezamos a morir. Niños, y ancianos, mujeres y hombres, empezaron a enfermar, aquejados por un desconocido mal para el cual no se encontró una cura... Inútilmente me liberaron, para tratar de encontrar de nuevo una manera de entrar a la antigua cámara, accediendo a la cura para aquella maldición. Inútil fue mi desesperado intento de violar sus defensas... Los dioses crueles y vengativos por fin habían decretado nuestra extinción... El júbilo se trasformó en muerte y en desesperación, cuando uno tras otro los pocos que quedábamos empezamos a fallecer lentamente, agobiados por espantosos dolores, revolcándonos en nuestras propias vísceras, que estallaban, llenas de purulencias ennegrecidas sin que lográramos apresurar la fin o mitigar el dolor.

Así pues, soy el último, y mi muerte, aunque lenta llegará ya en breve, sumiéndome en el mismo infierno en el que han de esperarme mis jueces...

Soy libre, es cierto, por que ya no queda nada a lo cual deba temerle, ni tampoco queda nada que amar, ni espero ya nada mas que la misericordiosa oscuridad que solo conlleva el sueño sin pesadillas de los muertos... Solo eso, la nada, o la misericordia...

Firmado en la séptima luna

El pergamino terminaba abruptamente en un borroso manchón rojizo, suspirando tristemente, el teniente coronel Terial guardó cuidadosamente el escrito en su escarcela, y salió del edificio.

Con paso firme, se dirigió a la plaza donde ya le esperaban impacientes el resto de sus compañeros...

Moviendo la cabeza negativamente, se dirigieron al resplandeciente vehículo que les llevaría de nuevo a su hogar en las estrellas...

Sariel Rofocale.

Umbra.

Me llaman perdido


Me llaman perdido. Mientras cruzan la calle y me compadecen...

Me dicen caído, el que ha olvidado...

No gritan, acusan, y el peso de sus voces es un augurio, del fragor que me espera en el infierno.

Y dicen, y piensan, y murmuran quedo, tras de mi estela de gritos...

Yo busco un refugio de café y tabaco,

Que me permita conjurar una vez más todo lo que esta oculto en mi alma...

Y paso... Como pasa el viento...

Recuerdo, por que mi vida es una sola memoria,

Las nubes de incienso y el temor al fuego,

La veneración a lo antiguo, el dulce eco de la verdad sagrada...

Los sonidos, el lamento del bronce, y el rugir apagado de las mrndangas...

Las flotantes alabanzas en lengua vernácula y ajena,

La maravilla constante que hasta las piedras llegaba...

También recuerdo, el oscuro día, en el que mi alma estalló en pedazos,

Y otra verdad más sublime y peligrosa,

Se adentró en mi alma con la furia eterna del hielo...

Cuando mi inocencia se partió y voló al infierno... Cuando sus voces,

Dejaron de tener significado para mí.

La siniestra delicia del camino de sombras,

La dulce agonía de vivir sin paraísos de papel...

Renegué de la luz que me ofrecía la caverna,

Y me adentré temeroso, pero firme, en los sangrantes marasmos que oculta la niebla.

Atendí el llamado de la sombra

Me acogí a su protección y angustia,

Y comprendí por fin que la libertad es un veneno, que a largo plazo se lleva tus sueños, en un tranquilo tormento de ironía...

Hoy, ya no hay dolor, pena o maldad de la cual mi alma no sea capaz, ni calma alguna que no puedan sentir mis manos, para siempre manchadas con la sangre y la mentira,

Ni tumba mas profunda que la que se esconde tras de mis párpados.

Si, estoy perdido, y este camino huele a sangre de viejas rosas y recuerdos...

Si, algo pavoroso me espera, cuando me adentre en las ruinas de mi pasado feliz y doliente...

Y otros rostros y otras voces, me pedirán sus cuentas por los errores cometidos...

Pero en mi triste deambular por estos campos,

Mientras la luna me ciega generosa con su blanca potestad...

El feliz aroma de mi rosa blanca, es el perfecto justificante,

Para cada paso, y decisión...

Soy feliz... Y duele su ausencia,

Y no me importa haberme condenado a un infierno,

Si esos delitos contra los dioses, me aseguraron,

Esta estación entre sus brazos...

Carai an caldazar, carai an ellisande...

Sariel Rofocale

Umbra...

Mashiara

Dadme vino, el que sea, el mejor de ellos me sabrá, tan horrible como la vida misma.. Khayyam...

Ya no tiene el mismo perfume, el viento que me desordena el cabello,

Ya solo hay un eco en las losas al camino de mi tumba...

No preciso de astucia para recordar de improviso,

Que me falta tu risa en esta locura pasiva,

Que me falta tu piel en mi cama de insomne...

Volverán las pesadillas,

Volverán de nuevo los delirios con los ojos abiertos,

La persecución de voces que solo anhelan mi carne...

Vuelvo a estar solo, por que la distancia me arredra,

Y tan solo necesito más tiempo,

Para sacar de mi ajado bolsillo,

La vía segura que me conduzca de nuevo a tu vera,

¡Por que ya no estoy solo en el camino!

¡Por que ya no hay nada que me detenga!

Se, que al culminar estas letras, llenas de humo y el recuerdo de tu tibieza,

Tan solo me esperan las frías paredes de mi desolada cueva,

A la vista perenne del odiado inquisidor...

Se que del alarido que pugna por escapar de mi alma,

Fruto del terror que me provoca tu ausencia,

Tan solo me salva tu voz, ya lejana,

Y la esperanza cierta e inamovible de otro momento más

Que me prive del miedo terrible a estar sin ti... Que es lo mismo que estar solo y vacío...

Sé, que ciudad soledad te cuidará en mi ausencia, y cubrirá con sus despiadados puñales de acero y vidrio tus pasos hacia el futuro,

Se que sus torres sucias de anhelos y melancolía,

Me despejarán muy pronto el camino

Que me conduzca a tu lado,

Para volver a soñar con el viento,

Para sentirme de nuevo, por fin, vivo, y plenamente justificado...

Amor... No nada más terrible que tu ausencia,

Y prefiero mil veces los tormentos del infierno,

El alarido furioso de las culpas de mi purgatorio,

A ver de nuevo tú figura en la distancia,

Empequeñecida, en las fauces de una lagartija amarilla,

Prefiero mil veces los puñales del miedo en mi alma,

A buscar a mi lado tu cara, y solo encontrar tinieblas y hielo...

Que tu amor me cubra como te cubre el mío, que tu presencia me calme

Como la mía te acompaña,

Y que muy pronto las voces que otros por error llaman silencio,

Me lleven de prisa hacia ti, para besarte de nuevo...

Por que este amor, Mashiara, es ya mas fuerte que las barreras del la distancia y la muerte...

Sombra de mi corazón, tan solo espera...

Sariel Rofocale

Umbra.

sábado, 31 de mayo de 2008

Una noche, y llovía...

Historias para morir descontento

Crónicas del Tedio

Una noche, y llovía...

No era de extrañarse; tomar la pluma, no era la causa, de hecho, empuñarla, como quien se aferra a una espada, a un pedazo cualquiera de madera, a sabiendas de que tan solo eso se interpone entre la vida y un abismo hambriento, era lo que le permitía conciliar el sueño, lo que facilitaba su penoso caminar de cada día. Lo que le salvaba del tedio, de la risa seca y dolorosa, tan cercana al llanto, del que conoce su gélida y horrenda conciencia.

No era raro entonces, que tras 20 años de difícil lucha, de angustiosa resistencia (Sin razón ni motivo distinto al de la terquedad), a las embestidas de la locura, su espiritu fiel pero agotado, se rindiese al fin sin un último grito.

El día en que Tito descubrió (O más bien, aceptó) que estaba loco, era un día extrañamente gris, lluvioso, un tanto mediocre. En el momento terrible en que cayó en cuenta de lo fútil y risible de su empeño, en mantener una cariada defensa contra las atávicas fuerzas que le obligaban a perder el total dominio de si mismo (Si es que acaso algún hombre puede aspirar a tanto), perdiendo la esperanza, ahogándose en una pena rabiosa, supo que cada uno de esos días vividos, arrastrados, llevados como condena, eran la dolorosa preparación para una magia mas profunda y temible de la que los seres vivos (Mal llamados cuerdos) puede siquiera imaginar en sus mas toscos anhelos, en sus mas estúpidas pesadillas.

Cualquiera que hubiese visto el peligroso fulgor que encendió en sus ojos de niño, una voluntad mas allá de lo humano, hubiese retrocedido espantado, mascullando el recuerdo de las oraciones marchitas, y seguro de que por fin el mundo, comenzaba a morir sin remedio.

¿Como puede un hombre describir con palabras mortales y manchadas, la magnifica y terrible sensación de, abrir los ojos desde el fondo del infierno?

Basta decir que se revela un mundo, nuevo, despojado ya del muro abyecto que limita la existencia de todo ser vivo, Basta decir que se hace evidente, por fin, el hedor a muerte que emana de toda la tierra, los crueles diablillos, rechonchos, tan cordiales como moscas, que arrojan la lluvia desde nubes de sangre y risa, emprendiendo una guerra con aves, hombres y los demás repugnantes pequeñajos que se atascan en este planeta. Ver los secretos, ver lo antes no visto, lo oculto, lo arcano y prohibido, y no poder negarlo, acabaría con la voluntad del hombre mas fuerte del mundo, mas, como Tito por fin había enloquecido, este riesgo carecía por completo de importancia.

Rió despacio, como probando su risa, tanteando, pero una mueca de desprecio deformaba su rostro, mientras metódicamente, con el placer que solo otorga la costumbre ya ritualizada de antemano, encendía un cigarrillo y aspiraba con fuerza y fruición el cálido y acre humo. Y volvió a reír de nuevo, esta vez un poco mas alto, ya seguro del alcance de su fuerza, y sin mirar siquiera, por ultima vez su casa, ni los recuerdos que en ella atesoraba, salió a la calle, para empezar a buscar a la muerte.

Pocas personas pueden entender la atracción que ejercen las calles de una ciudad en el conturbado espíritu de esta clase de hombres, para quien les ve, solo son una razón de más para cambiar de calle, o de renegar de esta u aquella política estatal, para murmurar por encima del hombro ¡Que mal va esta ciudad! O para sentir allá en lo mas profundo de los corazones mezquinos, un calorcillo irritante, molesto, que les obliga a un pensamiento de compasión, que como buen mecanismo de conservación, hace ya todo el trabajo y le distrae de la situación. Hay por supuesto, quienes les ignoran, o quienes les ignoran aún mas, regalándoles esta u otra monedilla sobrante del transporte, o quienes les persiguen, para hacerles dormir luego, luego, en calles ocultas por la niebla de una madrugada difícil.

Pero si la vida (Que a veces es mas bien mierda) fuese algún día justa y decente (O por completo demente) habría algún hombre que les escuche, y descubra, que en sus delirantes personas, se gesta desde hace eras, el remedio preciso a todos los males del mundo.

Tito, no fue, pues, ajeno al primordial llamado del asfalto, y con tres pasos firmes se convirtió por derecho propio, en otro miembro mas de la sacra hermandad de los desheredados de la vida, los agobiados por la miseria, los siempre vencidos por el universo. Los locos (Por si no te has dado cuenta)

No supo cuanto tiempo corrió, a veces riendo, a veces llorando, y a veces reventándose la cara contra muros que parecían estrecharse cada vez más contra su cuerpo, perseguido sin cesar por ladrones, mujerzuelas baratas y oficiales, mientras sentía como invadía su piel, poco a poco, un espanto primitivo e inocente. Para cuando se recostó cansado contra una destrozada pared de piedra, el agua ya había limpiado su frente, llevándose la fiebre y un poco más que su tristeza.

Con un movimiento imperioso, casi regio, apartó las doradas formas que le impedían ver la lluvia, y estas, obedientes, se movieron convirtiendo todo, hasta donde alcanzaba la vista, en un intenso caleidoscopio de colores y sombras que se movían sin descanso al compás de su corazón intranquilo. Tras el remolino de colores, alcanzó a divisar dos personas que le observaban; relamiéndose los labios, echando ojeadas ansiosas a lo largo de la calle, mientras miraban, medían, pesaban, catalogaban, como aquel que elige la fruta mas madura y suculenta del árbol en el jardín de un vecino. Antes de morder sin prisa, desangrando el alma dulce de todas las frutas...

Un relampagueante brillo surgió de la mano de uno de aquellos hombres, mientras con un grácil movimiento, no exento de fuerza, era arrojado contra la pared; rebotó contra la durísima superficie, y un dolor exquisito y vibrante recorrió todo su cuerpo, extendiéndose en oleadas vertiginosas desde su vientre, irrigando cada centímetro de piel con la callada parsimonia que solo el dolor es capaz de causar. Sintió como unas manos callosas y repulsivas recorrían su ropa, ágiles y viscosas, cual serpientes, se enroscaban en cada pliegue y arruga, hasta llegar a su piel. En el rostro del que apretaba el cuchillo, retorciéndolo sin cesar, apareció un gesto despectivo y asqueado... Un gesto que se transformo en una mueca de miedo, cuando las manos de Tito se cerraron con una rapidez sobrehumana sobre su cuello, presionando con firmeza, impidiéndole respirar...

El acero en su vientre redoblo su furia, pero Tito no sentía ya ni dolor, ni la negra sangre que se escapaba hasta el suelo, mientras una mano que ya no era una mano, sino una zarpa, un instinto cegado por la película roja de la furia, hundía las garras, saboreando la suave resistencia de la piel, el contorno de los huesos, el palpitante calor de las venas y arterias; y con un solo movimiento apretaba con más fuerza y paladeaba los crujidos, como si rasgara papel pergamino...

Giró lentamente la cabeza hacia las serpientes que manoseaban en su carne, para ver como se retiraban en las manos de aquel hombre – reptil que ya reculaba en una presurosa carrera a través de la lluvia...

Mientras el cuerpo se desplomaba con un chasquido desagradable, arrojó aquel pedazo de carne que estrujaba entre sus manos, carne y sangre, ya roída por gusanos del ciclo eterno de toda vida.

Las piernas temblaron antes de que pudiera dar dos pasos seguidos, y se derrumbó en el suelo mojado, parpadeando como un búho a la luz, cada vez que una gota de lluvia entraba en sus ojos abiertos por la sorpresa. La fiebre había vuelto, pero hacía frío, y ya era de noche (Cayó en cuenta), y los colores se habían ido. Respiró pausadamente, y se echó a reír, después de todo uno no se muere todos los días...

Pasó un rato largo, un momento extenso durante el cual, nada pensó, ni sintió aparte de la lluvia y el eco de su constante caída contra el pavimento... Y, algo brilló casi al borde de sus ojos; un resplandor dorado, que se extendía sobre su cuerpo, que cálida era esa luz intensa, tan llena de aprecio, de confianza, que no fue una sorpresa cuando empezó a tomar forma, al principio difusa, y luego, poco a poco, la de un hombre, como él mismo, si bien resplandeciente, como el reflejo de los cristales en las tardes de verano.

La hermosa visión sonrió, preguntando sin palabras, y en un lenguaje sencillo hecho de algo más sublime y simple que el sonido,

¿Duele? ¿Sufres? ¿Por qué sufres?

Tito notó que su cuerpo empezaba a perder fuerza, azuzado por una agonía sorda, casi gritada a lo lejos, en otro cuerpo que no era el suyo.

No, solo un poco – Dijo con una voz que ya no era garra, ni zarpa, ni hielo- No durará mucho

Sentía el sabor amargo y salado de sus propias lágrimas, que se mezclaban con la lluvia, y la sensación de reconocimiento inundó por completo su mente... Parecía estar viéndose a sí mismo; si bien era un Tito Strada distinto, más fuerte, sereno, más inocente... Pero pese a ello eran sus ojos, y ese, era su rostro...

No fui gran cosa – Dijo de nuevo Tito, embargado por una tristeza que ya no dolía, una amargura que quizas era más dulce, mas gentil- Es mas, nunca fui nadie, ¿Comprendes? Ni aún he tenido el coraje para serme a mi mismo... Pero... Me alegra haber vivido para este momento... Para poder estar aquí, contigo, cuando la sombra se abate sobre el mundo...

La sonrisa de aquel otro, se llevó el pánico, y la tristeza, mientras su alma se rompía en mil pedazos infinitesimales, pasando a formar parte del aire, del viento, del sol que amenazaría la tierra dentro de unas horas, del agua que lavaba los apagados ojos de un hombre tirado en el suelo... Llevándose todo rastro de lágrimas y sangre, a otro sueño, y a otro cuento.

Umbra

Carai an caldazar

Carai an ellissande

Aconitum Mashiara

Sariel Rofocale

martes, 27 de mayo de 2008

Memoria

Se cierne en la noche, la nebulosa presencia de lo pasado,

Sin decencia, sin recato;

Me asaltan las palabras que ya había sepultado,

Cada nombre es otro espectro,

Fantasma doliente de culpa, risa y melancolía…

Patrice era blanca, como solo pueden ser los sueños de un niño,

Que piensa que unos labios rojos, impolutos,

Son la puerta abierta a la maravilla…

Zuleima, de sangre y fuego, de piel canela y sonrisa pronta,

Durmió un sueño de profundo enigma,

Juro que cazaba espíritus en el firmamento de sus ojos,

Juro que la muerte anidaba en su rostro profano…

Johanne… Era un vicio, una penitencia impuesta,

Y tras las rejas de mi engaño distante,

Tenía por costumbre besar su frente y caer envenenado por su infamia…

Angu, fué un milagro; que inició con sutiles hilos,

Y acabo destrozando el pavimento con dos almas…

Pero revivió este cascarón viejo, con caricias y miedo,

Y en la aventura de su piel; supe por fin el color del hielo,

El sabor del fuego …

Aún suenan a veces las campanas de mi angustia,

Y el sonido de mi remordimiento, magnificado por el poder de mi furia,

Dear Gallaxy Eyes, te evoco, y me condeno…

Ojos de ámbar, estaba loca, una plegaria y un alivio sincero,

No nombraré su detestable memoria…

Niphredhil; sus ojos verde esmeralda,

Tan capaz de salvarme la vida, sin prisas por la distancia que aplasta,

O de hacer pedazos mi rostro con sus pequeñas manos dulces…

Tenshi, un murmullo de lo que nunca ha sido, una mano sencilla, calurosa y amable,

Que me ha sacado del hueco mas de una vez en la vida…

Hay veces en que las palabras portan algo mas que dolor y pena…

Luriel, del agua, de cristal cantarino y acero afilado,

Otra pena, y un suspiro,

Otro perdón desdeñoso y eterno, una batalla entre mi inmadurez demencial y su asesina demencia, no me arrepiento, solo duelen las cicatrices…

Ioret , mejor callo, no arrojo ese conjuro al fuego, aun pesa en mi frente el baldón de lo proscrito, aun llevo en mis labios todo lo que no debi haber escrito…

No son tantas, caben todas en mis manos, (Por lo menos su recuerdo)

Y se escapan, sin que yo haga nada para detenerles,

Por que no quiero, por que para eso las evoco,

Y con la premura de un recuerdo que muere,

Sepulto el pasado y prosigo…

Con la genuina certeza de que han logrado,

Llevarme con prisa, dejando algo de mi piel en el camino

Justo a esta parada de rosas y brisa paciente…

No hablo aquí de esta flor, que esta grabada con fuego en lo mas intimo y puro que resta de mi alma muerta,

Ella es un presente al que le escribo una eternidad,

Ella es un tranaquilo momento de memoria,

Surcado a veces por hielo, para retornar con fuerza y aliento…

En este momento de recuerdos, esta memoria,

Da un tranquilo repaso al libro incierto que ha sido mi vida…

¡!Aconitum Mashiara!!

Umbra…

Vitae

Los cortejados por la muerte,

Tienen un aire de soledad inconfundible...

Y aquel que sabe con certeza, lo inevitable

De su suerte, suele vivir tejiendo armonías

Que roba con sangre de un destino inexpugnable...

Aquel que sienta, el invisible apremio del final de todos los cuentos,

Bien haría en sonreír y afrontar con el valor carcomido

La cercanía de la lluvia, el sabor y olor de la tormenta.

Hay seres, y hombres, que merecerían el derecho sagrado

De abandonarse a la fatídica desesperanza; solo ellos, entre todos; saben lo que es estar realmente vivo...

De igual manera que solo a aquel que agobia el rugido del hambre,

Conoce en verdad lo que es tener el alma llena y el corazón muerto.

Solo aquellos, acechados sin piedad por la demencia;

Saben la fragilidad de la existencia,

Y solo el que ha besado a la muerte, y llorado;

Por la decadencia de todos los sueños,

Puede atreverse a descifrar el mensaje oculto

Por el bramido del odio.

Y; para desgracia de todos los que se precian de bondadosos, y puros, para escarnio de los hipócritas, que no se han manchado las manos

Con un crimen inconfesable,

Y mil vergüenzas vulgares, y mil blasfemias inciertas...

Solo aquel que camina; aspirando con fruición los

Efluvios de la ira, con un pie en el abismo

Y un adiós sangrante y guerrero,

Puede decir con honor que ha vivido...

Sariel Rofocale

Gritos...

Yo grito; para poder caminar;

Y sueño, para agotar mi demencia,

Raspando mi piel contra las piedras del camino...

Yo sueño, para confirmar que estoy vivo,

Y miento; para ganarle a la vida,

Otro boleto a la tragedia,

Otra ilusión y otro camino...

Río, bendecido con la prisa, entre recuerdos añejos,

De mi conciencia y, el ruido,

Y expulso de mi la angustia, para ser vencido por el frío.

Yo me condeno a este infierno, con audacia y premura,

Para poder anunciarle al muro,

Que yo existo, que respiro, y que al parecer no me he rendido...

Y gritaré esta tarde; y todas las que me resten de vida,

Los viejos y nuevos conjuros; ante la horrenda sinfonía

De gritos que penan conmigo...

Escupo al aire mi rabia, evoco un pedestal para aplacar mi odio,

Y pierdo de nuevo,

Y me juego la cordura,

Con ojos cerrados y ruegos,

Con el rostro desfigurado por la alegría,

Cada momento, cada asalto a la intimidad de cielo,

Me cuesta una lágrima penosa,

Sangrada por mi alma sucia y descontenta.

Yo grito, para decir que ¡Me desprecio!

Y quiero seguir viviendo,

Por que el camino es incierto, y hace mucho que perdí el rumbo

Que me marcaba la pureza.

Sariel Rofocale

Gente... De la trilogía, historia de gente, historias comunes...

Gente extraña, rostro, cuerpo,

Que van nadando sin percatarse, de quienes

Alcanzó la torre,

De quienes arrojó la vida

A quienes busca la muerte,

Perseguidos por la nada…

Los que dormitan, sin miedo, en el leviatán atávico y triste

Quienes ingnoran que existo,

Los compasivos, los repugnantes,

Los indolentes de siempre,

Quienes perdieron el alma,

O quienes están por venderla…

Aquellos con un espasmo, en vez de voluntad violada,

Aquellos con furia y rabia, en vez de corazon animoso,

Los maltratados por la niebla que adorna este camino siniestro,

Los que sueñan los que sufren, los que se matan sin pena,

Para ser destrozados por la lluvía

Que a la larga todo lo ciega…

Los que ingieren en silencio,

El veneno inevitable que acompaña cada sueño,

Los que cantamos con prisa, al final de cada historia,

Para quienes el murmullo de las olas

Arrastra consigo una condena inmerecida…

El que ladra con cinismo, aún al sol amarillo y yerto.

El que se odia a sí mismo,

Con pesaroso empeño quien habita en estas cuevas

En donde la tortura le doblega.

Los que combaten al cielo, con el estigma del pensamiento

O el que se rinde ante el hielo de un inferno maledicente…

El que desangra su grito, ¡Yo existo!

Alzando los puños al viento,

Retando a un desigual duelo, al hacedor de lo simple,

Contra corrientes de tierra dolor y vacío…

Quien baila tranquilo y triste, la melodía de la muerte,

Y corteja a la dama de las sombras con empeñado asombro de sí mismo,

Y se juega el todo y nada, apostando su alma pulsante y herida…

El que sueña la pesadilla del hierro, y trenza con amapolas violetas,

Una cárcel para su destino…

Mientras, confundido por la luna es agobiado por sus vicios.

La que espera impaciente, la perdición de su sino,

Y con oraciones enfermas, quiere cambiar el temor

Que crece y surge en su vientre,

Por amuletos de sombra

Que le amparen del tiempo que la engaña, de la voluntad que le ha perdido…

Quien nos calumnia, al que mentimos,

Toda ilusión que martilleamos con firme pulso violento…

Lo que perdimos, lo que ganamos,

Quienes dormimos, quienes buscamos en esta inútil pesadilla de gentes extrañas…

Todo afán carece de culpa, y toda culpa,

Es por derecho propio, un veneno…

Umbra

sábado, 10 de mayo de 2008

Aconitum...


Pasas, pasa tu voz y tu vida, y me dejas tan solo tu calor en la almohada;
y mil noches mas absurdas que esta, para recordarte y anhelarte de vuelta...
Y todo pasa por que te amo... Y la sencillez y contundencia de esa verdad no cesa
de sorprenderme cada dia que paso sobre esta tierra...
El viento me susurra tu nombre, y lleva mis besos hasta tus labios...
Te lleva mi paciencia y mi horrenda necesidad de ti...
Baccio Fortissimo Meo caro amore...
Sos vos .. Sabes???
Y te adoro!!!!

viernes, 9 de mayo de 2008

Dados....

Dados ruedan,
y cuchillas sin filo le arrancan a un alma,
pedazos inexistentes por derecho propio.
Hay quienes ganan con los dientes, el derecho sagrado a morir de pie...
Insinuando una sonrisa;
pero subsistir sentados no es deshonrra;
y manchar tu aliento con la mentira,
no es probablemente menos digno que limpiarte las manos
con la sangre de un inocente...

Sariel Rofocale

Night Falls

La sangre exige venganza;
una ejecución;
la infinita tortura de la torre del cuervo;
el aleteo de los reptiles del cielo;
durmiendo la aurora con el llanto de míl vírgenes...

El fuego rugiente, el veneno,
la caída del sol por una noche y tres días;
la podredumbre en lo más intimo de una espina;
será cortada con el filo terrible que proviene del hielo...

Marcharan las voces a una muerte anunciada,
y el pavor de su alma escapa en dolidos suspiros;
piedad; para un mundo que se rompe en pedazos...

Quien quede después de narrada esta historia,
sepa que el agua siempre sabrá a veneno,
y el peso del pasado, mas grande que el niverso,
ha de mojar sus días con el sabor de las lágrimas...

Sariel Rofocale

jueves, 1 de mayo de 2008

Whispering Voices

"le toque un muslo, y la muerte me sonrió"
Jim Morrison (Una plegaria americana)

En los avatares del sueño,
se encuentra oculta, una peligrosa mistificación de la muerte.
Todo hombre, mujer, niño, todo árbol y
cada piedra;
corren el riesgo de cerrar los ojos; y no regresar jamás...
Me pregunto; en esta tarde cansada; tan áustera de voluntad,
tan llena de gritos horribles; de niños, aún mas abyectos;
¿Que es lo que sueña el árblol;
cuando es abatido por la piedra?
¿En que idioma reza un torturado;
con una estaca en la garganta o
que plegaria eleva un angel
devorado por cucarachas?...
Yo, que pregunto; nadie, nadie responde...
un suspiro, tres voces, el dolor en mi cuerpo...
las mujeres, las putas, los insectos, el silencio...
siempre tan deforme, mas deforme que mis dedos,
o la arrugada piel de las palomas muertas...

Una inquietud, me destroza la espalda;
me atraviesa el cuello con su acristalada impaciencia;
¿Por que espero? ¿Para que escribo?
Por que domeño mi rabia, si bien cansada y sangrante
para empuñar con mis uñas estas palabras retorcidas, palpitantes...

Yo escribo, Yo sueño, Yo decido... Que esto, !Es un incordio!
Pero es bueno tomar de nuevo, el camino de estas letras dormidas...
Sariel Rofocale...

sábado, 23 de febrero de 2008

Mitago

Mitago


Pero ésa es una historia para otros tiempos y para otras gentes.



Lluvia, o por lo menos, la noticia de su próxima venida. Gotas de agua que aún carecen de un destino; y por ello se dejan azotar sin piedad por la furia del viento de la tarde. Trazando en el aire, entre los edificios, un antiquísimo mensaje que no acierto a comprender. Nadie lo ha logrado hasta ahora. Es demasiado trabajo para un solo hombre. Es más fácil aburrirse, perder el tiempo, o morir.

Me llena el alma, los pulmones; esta llovizna incipiente me plaga de memorias sobre ayer, sobre el futuro, sobre la extrañeza de la vida... Y de las gentes que por ella se mueven. Como ensangrentados insectos en un pantano de vísceras.

Me hace sonreír un poco, solo a medias, una mueca devastada, algo que no revele demasiado del dolor lacerante de mi cuerpo y lo que resta de mi conciencia.

Tito Strada, Tito, también trataba en vano de disfrazar su tormento, en la observación inocua de las pautas inexistentes de las cosas simples. En actos tan puros y sencillos como el de encender una cerilla, la primera bocanada de humo, el fuego de la chimenea, o el correr libre y cristalino del agua en las canales de la calle; Tito caía presa de la mas absurda de las contemplaciones, centrado, alejado del mundo, separado de la realidad por tan solo un tenue hilo de sentidos y percepciones. Nunca he conocido a nadie, capaz, como él, de desligarse por completo de la situación presente, en busca de los misteriosos signos de la armonía universal.

Muchos hombres y mujeres, especimenes típicos de esa raza de idiotas petulantes que rodea por doquier las montañas de mundo; han preguntado y juzgado una y otra vez, sobre la muerte de Tito. Hombres y mujeres que sin pensarlo, han establecido ya sobre este hecho la más cruel de las ignominias; la del chisme y el cotilleo. Poco me afecta; en vida, maese Tito Strada era inmune a estos detalles, no ha de ser menos quisquilloso en el lugar en el que se encuentre.

Era noble, de facciones más bien cínicas, a fuerza de la lucha por sobrevivir, con un cierto dejo de fastidio y envidia en cada uno de sus actos. Había amado y apreciado a infinidad de personas a lo largo de su corta vida, personas que el tiempo, la fortuna, habían llevado lejos de si; ya sea a la tumba, o a un lugar prominente en la vida de la gente. Alejado por completo entonces, de los dulces recuerdos de su pasado, preso y encadenado cruelmente, hubo de encontrar una manera de sobrevivir al asco inmenso de su propio fracaso en la vida. Y opto por vivir de memorias, por aprender a leer los signos del recuerdo en las configuraciones simples de la danza de las olas, el sonido del río y la lluvia tronando en el tejado.

No era valiente, los hombres complejos rara vez lo son, pero sin ser cobarde lamentaba en lo mas intimo de su alma, las oportunidades fallidas de elevarse de su condición con la fuerza de su voluntad y poniendo en riesgo lo que él, menos apreciaba en el mundo, su propia vida y pellejo. Jamás valoró demasiado estas cosas en su corta existencia. En eso quizas radicaba una parte de su tragedia; un hombre capaz de enfrentarse sin miedo a la muerte, sacrificándose a si mismo por un bien mas preciado que su vida misma, se halló inmerso desde su nacimiento en una cadena de hechos que le llevaban irremisiblemente a la mas rutinaria de las existencias. Una vida en la que hasta el mínimo acto del valor y el heroísmo ideales estaban condenados al fracaso de antemano. Tito vivió en un siglo, en el que los ideales forjados con honor y deber, eran ya presa de un absurdo y mediocre romanticismo. ¡Que terrible conquistador hubiera sido, que maravilloso caballero, y aventurero!
Pero no le quedo otra espada distinta a la de sus dedos, y más armadura que la de sus versos, y sus historias, que te dejaban descontento, por que él mismo estaba por completo insatisfecho de todo.

Tito murió en un sueño, plenamente convencido de la inutilidad de toda existencia. Sereno pero triste, escupió en el aire sus más dolidas canciones y partió para no volver, habiendo amado, y luchado como el más temible de los gigantes de un cuento, vivir, es sufrir; solía repetir a menudo, cuando las canciones se agotaban y el leve brillo de los fuegos fatuos acompañaba la velada de licor en el cementerio.

Cierta noche, tito concibió el mas salvaje de los designios; comprobar en carne propia la futilidad de la muerte; y habiendo amado con pleno derecho y seriedad el deber sagrado de respirar, decidió dejar de hacerlo, de manera silenciosa, algo insensata, pero imbuida en la elegancia y clase que caracterizaba todos y cada uno de sus actos.
¡Temible cita con el destino!
Esa noche, me citó en la encrucijada; una leve nota, escrita en un ajado pergamino, que había visto de seguro mejores días, me llevo allí con la con la conciencia temerosa, y la plena certeza de lo trágico y glorioso de la ocasión.

Algo en el aire, se encontraba inquieto, la bruma de la noche se alzaba del lago inundando las callejuelas de la ciudad con una persistente parsimonia, llenando el cabello de los escasos caminantes con una extraña mezcla de frío y agua. Tanto la tierra como las flores y todas las cosas vivas o muertas, parecían entonar un silencioso y ronco preludio de lo imposible...

Caminamos, mientras el rostro algo grotesco de Tito, palidecía ante cada furtivo movimiento del viento en los alerones de las casas. Estaba nervioso, y fumaba uno y otro cigarrillo con su doliente costumbre de asesinarse sin motivos. (Pero entre todos los seres humanos de este ajado y caduco planeta nadie como él, tenía más derecho a esa mortal protesta contra el hado histérico y malediciente que le había conjurado para existir) Estaba triste, y algo de esa tristeza me la comunicaba con sus pocas frases entrecortadas, y mi corazón latía desbocado, por que algo en mi espiritu sensible pero dormido, había empezado a comprender la magnitud de esta cita con el destino.

Pasaron una, dos horas, y muchas mas ininterrumpidas; cuando de tácito acuerdo penetramos la derruida mole de la barrera del cementerio; y nos encaminamos al habitual sitio de estadía, una vetusta tumba cercada por un jardín lujurioso pero sencillo, testigo de muchas otras noches de soledad, abandono, y desesperante vacuidad.

El vino corrió, y nunca he de volver a probar un elixir como ese, que estaba por completo empapado de la esencia del rocío, y de las lágrimas que habíamos derramado en innumerables ocasiones, ya sea por la crueldad de la vida, o por la misma inconstancia de los hombres.

Cuando ya vertía sus últimas gotas la moribunda botella, un tenue resplandor rojo pareció alzarse de entre los callejones de la ciudadela mortuoria, un resplandor que acompañado con el sordo pero acompasado sonido de lo que a mi me pareció el corazón mismo de todos los muertos; empezaba a inundar cada cavidad y resquicio del sitio con una tétrica luz que todo lo paraba, sumiendo el tiempo mismo en un estanque de hielo.

No sentí miedo, ni siquiera un asomo de ese terror primigenio que llevamos todos en lo más profundo de nuestros corazones, una rabia inmensa que creció en mi al contemplar la magnitud de lo que allí se gestaba me llevó de un salto al lado de mi amigo, que se encontraba por una vez en su vida, desconcertado.

De improviso una fuerza terrible se abatió sobre nosotros, queriendo destrozar por completo nuestros cuerpos, en una vorágine de lo que parecían chillidos y alaridos emitidos por seres putrefactos y dolientes que se movían incesantemente alrededor de nosotros. Una fuerza nos hablaba, con un murmullo de fuego y hielo; supe entonces por la concentración suprema que revelaba el rostro de Tito, que una certeza poderosa se abría paso entre su cinismo y su pena.

La fuerza aumento su furia y sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, me arrojó con violencia contra la pared de la tumba, mientras al instante una llamarada de dolor y agonía recorría todo mi cuerpo como un relámpago de verano.

Pude ver, entre la cortina de la sangre que nublaba mis ojos, como un oscuro agujero de vacío se formaba frente a mi amigo, palpitante, expectante, llamado sin cesar con pegajosa invitación a la nada. Junto a este agujero, separado por una barrera de oscuridad indescriptible, se alzaba una puerta de proporciones titánicas, toda hecha de luz y de metales, que refulgían sin cesar en el mismo latido que todo lo impregnaba con su endemoniada cadencia.

Elección, murmuraron los labios de Tito en ese momento...

¿Todo se reduce a esto? Pensé confundido mientras el torturante dolor impedía mis ingentes esfuerzos por enfrentar junto a mi amigo el pavoroso destino que le aguardaba.
Nunca me he sentido más inútil, nunca he sentido como en ese momento la terrorífica constatación de mis limitadas fuerzas. Mi amigo en cambio, tranquilo, sereno se encaminó sin dudar hacia el espacio entre la puerta luminosa y el agujero oscuro y palpitante.
Pude ver y sentir en mi propio cuerpo, la magnitud de las fuerzas que pugnaban por hacerse con Tito, cada una de ellas tan seductora y terrible como la otra...

Pero Tito siguió caminando imperturbable, apenas consciente de la batalla que por su cuerpo y quizas su espiritu se libraba en torno a el. Justo frente al vacío que se abría incitante, que sin llamar ni tentar, tambien me atraía a mí con la fuerza cálida de una descanso eterno...
Tito se dio vuelta y me observó mientras tiraba la colilla del cigarrillo... En su rostro cálido y amablemente triste estaba esculpida con fuego la verdad que siempre sospechó acerca del mundo que nos rodeaba.

Que todo era una farsa, un juego de dados entre dos niños eternos y grandes por el poder insignificante de una creación fortuita, fruto del más puro de los azares.
Engaño, engaño, un maldito engaño y un juego de cartas en el que la humanidad entera, con sus luchas y dolores, con sus penas y tragedias, tan solo constituía las fichas mediocres de un tablero de juego en el que el resultado final nunca seria algo por completo claro.

Pareció valorar mi esfuerzo impotente por alcanzarle, por... Que se yo, afrontar con él los temores del momento... Y un sonrisa torcida ilumino su semblante, como queriéndome decir con toda la fuerza de su continuo martirio...

¡Adelante, viejo amigo! ¡Lucha, sin temores!....

Todo es tan fútil y estúpido que solo nos queda esta última terquedad de caballero valiente perdido en un siglo en el que el valor y el honor han muerto y son moneda de pago dentro de este gran prostíbulo...

Y dando media vuelta se lanzó a la carrera, abrazando con gesto poderoso la nada que ya se abría ante él y le devoraba...

Al instante el cementerio recuperó su mediocre placidez de siempre; escuché los escasos coches que atravesaban las avenidas, el sonido del viento y el frío que ya empezaba a detener la sangre que manaba de mi cabeza... Y lloré...

Lloré por la crueldad de mundo, por la futilidad del esfuerzo de la gente por hacerse un nombre, cuando el futuro previsible era la agonía eterna, o la placidez sin memoria y voluntad. Lloré por mi impotencia, por mi sangre, y las lágrimas lavaron mi rostro y mi alma de toda pena y toda culpa.
Comprendí entonces la facilidad con la que Tito había aceptado ese destino... Puesto que había amado, llorado, penado y torturado su alma sencilla, tenía todo el poder de decidir no ser parte de la farsa universal, y ser por fin uno solo con la paz y la tranquilidad que solo le podría brindar una existencia ininterrumpida en la nada.

El mundo recuperaba su rutina, y a lo lejos empezaba a quejarse la primera de las aves de una mañana que ya anunciaba con bombos y trompetas su asqueroso fluir de siempre...
Lentamente me encaminé a mi casa polvorienta y solitaria, con la conciencia de haber testificado por fin, el primer milagro del mundo... No se por que, pero una paz infinita pareció abatirse sobre mi cansado espiritu, y al ver que yo mismo tambien había amado, y sufrido, y buscado, perdido y encontrado, supe con certeza que en algún tiempo, después de mas días, mas tragedias y alegrías, mas desesperanza y horrible soledad, también me llegaría a mi el turno de decidir... Quizas por que los poetas son los únicos que pueden vivir y morir, en la medida de sus letras y sus sueños...
El sol alumbraba ya la adormecida faz de la ciudad; y mientras quemaba la carta de Tito, sonreí...

Umbra
Ojalá encuentres la paz, valiente K.
Ojalá tu historia sea feliz.

Algún día, cuando el mundo recupere la magia que ha perdido, podrán volver a nacer los mitos...

viernes, 15 de febrero de 2008

La condena


(Veronique II)


El huyó, después de la fatídica noche en la que tomo conciencia de lo inútil de todo escondrijo. Cuando supo, que para su desgracia, su recuerdo le iba a atormentar hasta el último segundo de su vida, no tuvo otra opcion mas que la de correr.
Por que no puede escaparse de los recuerdos, mas aún, no puede huirse del recuerdo de una persona que todavía vive.
Así que corrió, y escondió su dolor y su añoranza en todos los rincones que encontró apropiados para escapar de su presencia. Vagó por las playas doradas de la Cerdeña, por los canales oscuros y malolientes de una Venecia cada vez mas hundida. Y aún, en los oscuros y derruidos castillos de los cárpatos, siempre encontraba su recuerdo, siempre había alguien que le informaba de su paradero, de su vida, de sus triunfos, de sus fracasos. En fugaces visiones de un periodicucho de cualquier pequeña república centroafricana, encontraba su imagen, igual de hermosa, imperecedera, siempre coherente con el rostro que su memoria no recordaba sino a medias, pero que poseía la fuerza de un latigazo permanente en la cara.
Y de todo su vagar, de todo su recorrer errante los caminos del mundo, nunca pudo encontrar un refugio que le permitiese enterrar en el pasado su rostro, su voz, el color y el tacto de su piel, y de todas las mujeres que amó, o que simuló amar para combatir la soledad o el aburrimiento; ninguna logró jamás borrar aquel maldito rostro de su cabeza... Mucho le pesaba, pero temía, cada vez que pensaba en el día de su muerte; espantosamente cercano; que iba a amarla siempre, y hasta incluso, después de la muerte.
Veinte años, veinte años pasaron como un milenio sobre su piel y sus huesos, y a los cuarenta y tres era un viejo nervudo y esbelto, pero terriblemente cansado y dolido. Ni los ires y venires de las gentes y las naciones lograron jamás devolverle la paz que tenía justo antes de conocerla, y besarla por primera vez. Veinte años en los que sus momentos junto a ella se le hacían los más terribles y los más hermosos de toda su vida.
Una vida que empezaba a morir a pasos agigantados.
Una vida que perdía, no por el fútil motivo del amor fallido, no por ella, aun cuando ella tuviese todo que ver.
El sabía que moría, por que había fumado como un condenado treinta cigarrillos diarios en su torpe y cobarde esfuerzo por acabar con el recuerdo de su calor, entre los espasmos de sus pulmones cariados y negros. El sabía que moría, por su añoranza, por su maldita y amada añoranza...

Abrió las ventanas de su cuarto, en aquella pequeña villa del norte de Mattera, y la visión de las cuevas troglodíticas, refulgiendo con sus fachadas primorosamente encaladas, hirió sus velados ojos, con la luz del amanecer amarillento y glorioso...
Comprendió de súbito que con su muerte no terminaría el tormento... Y ante la certeza de esta derrota tan contundente, no pudo más que espetar un - ¡Mierda!-, que le lleno el alma de asco y pesadumbre...
Se dirigió hacia la cama y con una sonrisa triste en los labios encendió su último cigarrillo para esperar a la muerte...

Sariel Rofocale

sábado, 9 de febrero de 2008

La caja de cuero...

Into the endless dark, are waiting the most terrible gods,
Waiting… Forever waiting…
(Cuentos de Mamá Calavera
Arles 1998)


En el cielo, los bastardos como tú, no deben sufrir calambres...
Fue el primer pensamiento de Thomas, cuando el corroído espejo le reveló con descarnada certeza; lo que él mismo, no hubiera podido aceptar la noche anterior.
Ya no eran unas esporádicas canas lo que afloraba en sus sienes. Ya no eran pequeños óvalos de piel lisa y tersa lo que se veía en su frente. Eran los círculos enormes de la calvicie, una calvicie rojiza y brillante, como recién pulida con cera.
De inmediato cayó en cuenta, de la futilidad de su razonamiento. Si en verdad existiese un cielo, ese era el último lugar en donde le corresponderá estar. Y no por que en sus aburridísimos 50 años de vida hubiera cometido demasiadas insensateces. No; era por que el cielo, o por lo menos tal como lo pintaba el estupido que hacía las veces de cura del pueblo en el que vivía; no era un lugar en donde se recibiese a los mediocres.
La sonrisa cansada y amarillenta del reflejo le asintió con crudeza. Si; los perdedores, van al infierno, sobre todo los obesos perdedores de 50 años, que trabajan como meseros en hoteles decadentes.
Si; sobre todo los obesos y enfermos meseros que esbozaban día a día, mes a mes, la sonrisa de vaca preñada del que quiere obtener una propina con la que pagarse las cervezas de la noche.

--Si—Dijo en voz alta Thomas ante el corroído espejo—Eres un jodido y condenado perdedor. Eres un mediocre, un mediocre de quinta al que no le quedan más de 10 años de vida.

Y el reflejo asintió con crudeza, ¿Acaso pretendía que aquel ser que envejecía y moría al mismo tiempo que él, le engañase?
Suspiró cansado, y consecuente con la rutina, la espantosa rutina; procedió a poner un día más en la interminable lista de borrones de su vida.
Desde hacía años, su vida era una cadena enorme de borrones, de días tan espantosamente iguales a todos, tan aburridos y pestilentes; que su propio inconsciente, compasivo después de todo, tuvo en un momento ya imposible de recordar, la gentileza de hacerles olvidar todos y cada uno de ellos.

Salió a la calle, recién afeitado, ligeramente perfumado con la solución de aceite de sándalo que en su juventud le hacía sentirse un poco más interesante; pero que ahora solo le hacía sentirse como una vetusta momia parlante.
Encendió su primer cigarrillo del día y aguardó resignado, a que el calambre de sus huesudas rodillas desapareciera con el frío de la mañana.

La miserable agonía duró un poco más que de costumbre; otra prueba irrefutable de su irreversible vejez. Sin pensar demasiado en ello, y no queriendo mortificarse el día con mayores razonamientos de ese tipo, se movió casi con pereza hasta la acera frente a su edificio.

El café Hanoi se encontraba en esa calle desde mucho antes que el joven y soñador Thomas irrumpiera con sus ligeros 17 años en la somnolencia del pequeño pueblo de provincia. Y hasta donde recordaba, su propietario siempre había sido el mismo enorme y grasiento vietnamita Co hong.

Como de costumbre, el obeso cocinero le saludó desde el fondo del establecimiento, en donde se encontraba la cocina con un grito en estridente y cantarín.

--Aeh Jaah, señol Thomas, ¿lo mismo de siemple?—.

Riñó sin necesidad a la camarera vestida con un desastroso uniforme azul y con un gesto le señaló a Thomas la mesa cercana a la puerta.

El local era una confusa mezcla de cafetería que cumplía las funciones de bar sin categoría en las frías y brumosas noches del pueblo. Decorado con motivos alegóricos al oriente lejano, biombos deslucidos de papel, una infinidad de abanicos rojos y amarillos se posaban en las paredes como repugnantes insectos chillones.
Una docena de mesas pasadas de moda y una barra brillante y de fragante cedro eran todo el mobiliario. La pequeña puerta de madera y vidrio, siempre había existido reclamando a gritos una esponja y algo de jabón.

El desayuno llegó pronto, huevos revueltos con jamón y queso, dos panecillos calientes con mermelada de alguna extraña fruta del trópico y un café fuerte, negro, sin azúcar, al que el cordial vietnamita agregaba siempre algunas astillas de canela.

Thomas suspiró repentinamente cansado, y se dedicó a atacar con verdadera hambre la modesta comida, mientras echaba miradas distraídas a las venosas piernas de la camarera y a su caído busto, medio contenido por el abierto y remendado escote.
No era un hombre demasiado complicado, pero en momentos como ese su mente parecía extraviarse dentro de las aceitosas moléculas de su comida, sin divagar más allá de su propio plato. Podía escuchar el ruido de los sartenes, los ocasionales regaños del cocinero a sus ayudantes, y el aroma de los alimentos fritos llegaba a su nariz con insistente molestia.
Su cerebro volvía a funcionar justo cuando el café estaba ya tibio y lograba a despecho de los deseos del estúpido encendedor de aluminio encender el segundo pitillo del día.
Entonces se arremolinaban en su conciencia todas las labores que debía cumplir antes de dirigirse al hotel en el que trabajaba.

La comida de los gatos, pagar las facturas de luz y agua, comprar un periódico que probablemente diría lo mismo que el día anterior, escupir tres veces ante la estatua del parque central y encender una docena más de cigarrillos. ¡Ah! Y no olvidar comprar otro cartón de tabaco en la licorería que estaría abierta hasta las 10 de la mañana...

Todas estas cosas fueron rumiadas una y otra vez antes de decidir que el día continuaría con o sin él y que más le valía ponerse de pie y pagar la cuenta antes de que Gabriela, la mesera, viniera a su mesa a cobrarle por si misma.

Le desagradaba intensamente esa mujer; cada vez que se le acercaba sentía esa repulsión innata ante las cosas desagradables que todo hombre tiene en lo más íntimo de su ser.
No le costaba demasiado imaginársela en un burdel, como una hastiada y repugnante matrona, limpiándose la entrepierna con un sucio trapo rojo y aguardando a su próxima victima... Si, como un enorme y rojizo insecto de cabello castaño rizado.

¡Basta!

Sacudió su cabeza con furia y pagando la cuenta salió con prisa del local sin detenerse a saludar de nuevo a su anfitrión.

Caminó con prisa las contadas cuadras que le separaban de su primera parada; la licorería; fumándose con parsimonia el último cigarrillo que le quedaba, y prometiéndose a sí mismo, por millonésima vez en los últimos 30 años; que lo dejaría en cuando su situación económica mejorase un poco. En cuanto el anciano tío abuelo que llevaba muriéndose 45 años muriera por fin y le dejase toda su modesta fortuna, recaudada como estafador de pobres litigantes. Vale decir que el tío Arthur era abogado de un medianamente prestigioso bufete de abogados en Buenos Aires.

La acera que estaba recorriendo era un amplio pasaje de árboles de sauce y pequeños jardines cercados, en donde las primeras begonias de la temporada; arrojaban su estridente concierto de olores delante de los primeros transeúntes del día; el viejo repartidor de periódicos, tuerto desde hacía 10 años por un accidente con un palillo de dientes.(Thomas le compró el periódico del día respondiendo con murmullos que podrían significar cualquier cosa) Los niños recién bañados que acudían al instituto cristiano casi arrastrados por sus madres presurosas y en bata; (Y que olían a los huevos y el chocolate del desayuno medianamente disfrazados con el aroma rancio y metálico de la crema dental) y la infinidad de coches y transeúntes medio dormidos que tenían en sus ojos esa mirada que revelaba muy bien en donde preferirían estar en ese momento y a esa hora de la mañana.

Rostros y personas, caras y expresiones que habitaban sin remedio un pequeño pueblo que ya no era tan pequeño y que llevaba más de 20 años tratando de convertirse en una ciudad en la que jamás se convertiría. Cosa que no pensaban ni los progres ni los políticos de avanzada que también estaban desterrados a este pequeño y placido infierno provincial.

Entró a la licorería y después de pensarlo un poco, como siempre; ya que pensaba que unos minutos de aparente indecisión le bastarían a si mismo para convencerse de nuevo que no era un viejo aburrido y sin ganas de absolutamente nada; se decidió por los cigarrillo de siempre, (Rubios con filtro) y salió de nuevo a la calle, rompiendo lentamente el paquete de 20 minutos gratis de ida sin retorno a una muerte humillante.

Se sentó en uno de los bancos, mojados por el rocío de la noche anterior y encendió otro pitillo dejando vagar su mente bastante lejos del momento presente.

Transcurridos los 10 minutos de rigor, que le dedicaba cada día a esa especie de nada pensante en la que se convertía su cabeza; y se disponía a levantarse del banco, notó extrañado que se encontraba sentado sobre un objeto duro y punzante que le había estado lastimando el trasero desde hacía ya unos minutos, pero que él, demasiado abstraído en no pensar, ni se había detenido a sentir.

Se levantó y observó en el banco de concreto una pequeña caja de lo que parecía ser un cuero blancuzco y gastado, en el centro de la isla que había dejado su abrigo al secar las gotas de rocío.
Se inclinó lentamente, procurando no molestar el calambre que ya empezaba a gritar en sus piernas y la tomó con delicadeza.
La sintió en sus manos sorprendentemente fría, helada podría decirse, y extrañamente pesada.
De inmediato notó que parecía tener una vibración propia, latía en efecto como si dispusiera de un corazón de cuero también blancuzco y deslucido que le comunicaba desde su interior alguna especie de mensaje secreto y movible.

¡Tonterías! Se dijo a si mismo, ¡Estas desvariando estupido anciano!, ¡Arroja esa pequeña mierda a la caneca de la basura y mueve el culo de una buena vez antes de que se te haga tarde!
Pero sin pensarlo siquiera se la guardó de inmediato en el bolsillo interior del grueso abrigo de lana. Y se dirigió al pequeño supermercado a comprar el resto de las cosas que le hacían falta y a pagar en la caja las cuentas que tenía en el otro bolsillo del gastado abrigo; antes de tomar el micro y dirigirse al trabajo.

Fue una jornada extraña. De alguna manera lo supo en cuanto se metió dentro del uniforme rojo de mesero, mientras se ajustaba el corbatín en el cuello de la inmaculada camisa blanca. Era extraño de muchas maneras, no solo por que no tuvo conciencia del momento en el que se guardó la pequeña caja en el bolsillo de su chaqueta roja de capitán de meseros. (Lo notó cuando trató de esbozar la sonrisa vacuna de siempre y no pudo hacerlo) Sino por que el catzurro de Menéndez le dijo con la voz tensa antes de dirigirse a tomar un pedido a la mesa tres (Cercana a los ventanales de la piscina).

--¿Que demonios te pasa Zaboni? ¡Tienes una cara de asesino en serie como para pegarte un tiro!--.

--¡Va fan … !—Pensó Thomas alarmado-- ¿Por qué stronzo no puedo sonreír?
Trató y trató, ya verdaderamente alarmado, de dibujar una sonrisa en su rostro, pero cuando creía poder lograrlo, solo lograba obtener una extraña mueca que los cristales de las ventanas le revelaban como un gesto de perturbado.

Solo se atrevió a atender a una pareja de ancianos que se encontraban cerca de la chimenea. Pero cuando se acercó con lo que el creía era su misma actitud servil que tanto agradaba a los viejos, estos le miraron alarmados y balbuceando una excusa cualquiera se retiraron con prisa de su presencia.

El resto de su jornada la pasó observando ceñudo a los meseros a su cargo y procurando evitar observar de frente a cualquier persona. Ya que cada vez que intentaba acercarse a una, de inmediato esta se escabullía con un terror en la expresión que a él mismo se le hacía escalofriante.

Nunca el tiempo se le había hecho tan largo, nunca contó con tanta ansiedad las horas que le faltaban para colgar el uniforme, y jamás durante sus 30 años de trabajo, le había importado tan poco largarse a casa sin un centavo de más en el bolsillo.
Un sudor frío le recorría la frente todo el tiempo desde que salió del trabajo hasta que cerró tras de sí la puerta de su casa.
Se dio cuenta que había corrido como un loco la distancia entre la parada de micros y su apartamento, y se dio cuenta, así mismo, que estaba verdaderamente aterrado.

Sentía como si detrás de las sombras de la calle se encontrase un monstruoso engendro dispuesto a devorarle; creía ver en el rostro de los nocturnos transeúntes, un demonio disfrazado de persona que en cualquier momento imprevisto se despojaría de su máscara para arrancarle la garganta a zarpazos.
Y en cada momento de este desesperante recorrido, había aferrado contra su pecho la pequeña caja de cuero, apretándola con fuerza, como si temiese que alguien, o algo; se la pudiera arrebatar.

Despacio, temblando incontrolablemente se dejó caer en el sofá y colocó con temor la pequeña caja en la mesa del centro de la sala. Se recostó pesadamente sin perderla de vista y encendió con las manos moviéndose incontrolablemente un cigarrillo al que dio vigorosas chupadas.
Como llamando a un amigo el humo acre y gris se adentró en sus pulmones calmando sus enloquecidos nervios. Suspiró con fuerza, repentinamente liberado de sus temores, pero notando con inquietud, que todo su cuerpo era una superficie de negro y constante frío, que parecía emanar no de sí mismo, sino de la extraña caja que tenía ante sus ojos.

Y justo cuando el temor comenzaba a abrirse paso en los límites de la calma impuesta por la nicotina, un repentino movimiento sonoro de su vientre le informó que tenía hambre.
Suspiró de nuevo, manifiestamente aliviado y olvidando de momento la caja, su miedo, y espantoso día que había tenido; se dirigió a la pequeña cocina, para lidiar con su estómago.

Encendió la luz, prendió el fogón a gas y sacó de la nevera una cerveza, pimientos y cebolla. Colocó la sartén al fuego y agregó el aceite esperando pacientemente, mientras fumaba otro cigarrillo y bebía pequeños sorbos de su cerveza.
Todo muy normal, todo muy humano, la misma rutina de cada noche para todos los solterones obesos y medio calvos del mundo. Se sorprendió al recordar el pánico intenso que le agarrotaba el cuerpo hacia tan solo un par de minutos. Casi podía volver a sentir junto a su pecho, en el bolsillo de la camisa oscura el latido perceptible y perturbador de la caja;

¡Dios! ¡Casi podía escucharlo de nuevo en su cabeza!

Se preguntó de con pena si por casualidad no habría pillado uno de esos resfriados de la temporada.

Agregó tres huevos a la sartén humeante, retirando la mano prontamente para evitar que el aceite chisporroteara en su piel.
Peló la cebolla con el cuchillo grande, poniendo en juego toda su atención para no cortarse un dedo, limpió y cortó en tiras los pimientos arrojándolos al sartén; cortó después la cebolla en pequeños y geométricos trozos a los que agregó pimienta y algo de jengibre.

De nuevo estaba escuchando el latido, justo en sus oídos, llamándole, comunicándole desde un lugar mas allá de su cuerpo la misma sensación de frío, bajó la vista y colocó con su mano izquierda el cigarrillo medio consumido en la comisura de sus labios, mientras empezaba a canturrear una cancioncilla de su niñez...

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

Sentía como si de pronto su cuerpo se metiera en una niebla invisible, se sentía pesado, casi dormido...

Respirando ruidosamente aplicó sal y queso a la mezcla y tomando una toalla de cocina se envolvió la mano izquierda. Llevó el sartén a la sala, y encendió el televisor, tratando de no mirar a la mesa, donde sabía que se encontraba la pequeña caja.

Mientras posaba sus ojos en el aparato, sin intentar poner atención a las imágenes, mordisqueaba con deleite su cena; le gustaron el particular las pequeñas rodajas de jamón que había puesto en el sartén. A pesar de recordar muy bien que en la mañana había visto el paquete vacío en el refrigerador y lo había arrojado a la basura haciéndose la promesa mental de comprar otro paquete en el supermercado; cuando regresara del trabajo... Pero después de todo, últimamente (Los últimos 50 años de su vida) los había pasado haciéndose promesas que jamás cumpliría (Como su adicción al tabaco).

Tenían un sabor conocido, no solo sabían a jamón, sabían a... A...

Bueno, no podía recordarlo, pero sabían bastante bien; eran tirantes y dulzonas, un poco saladas en el fondo, pero en general el sabor le agradó, y se prometió (De nuevo) comprar la misma marca la próxima vez.

Estupendo, iría a dormir y el día de mañana arrojaría esa estúpida caja a la basura.

Apagó el televisor y volviendo la vista hacia la mesa de noche un sudor helado le recorrió la espalda.
Una mancha oscura pero cálida se hizo en sus pantalones mientras observaba con mirada idiotizada el espacio donde habría jurado que dejó la caja hacia tan solo unos minutos.

Colocó el sartén en el suelo y se dirigió a la mesa, buscando la caja bajo los cojines y el sofá, hasta toparse de nuevo con la sartén en el suelo.

Vió a la luz difusa de los autos que pasaban por la calle una rodaja de aquel jamón que tanto le había gustado en el fondo del sartén.

Le dolía terriblemente la mano izquierda, no recordaba que el golpe que se dio con la puerta del refrigerador hubiese sido tan fuerte. Se quitó la toalla de cocina observando su mano con atención.

Había en ella un detalle que no alcanzaba a comprender, algo faltaba, estaba hinchada, pero pálida, como si alguien hubiese sacado de ella toda la sangre, y le temblaba violentamente.

Se presionó la cabeza con la otra mano para intentar entender, allí estaba, en su lengua, pero no acertaba a dar con ello...
Hasta que los ojos se le iluminaron en un destello de dolorosa y asqueada comprensión...

Derribó el televisor en su difusa carrera hacia el baño, tratando de contener infructuosamente el flujo que venía de su estómago y trataba de escapar por su garganta.

Esa rodaja, ese pequeño, minúsculo trozo de quemado jamón, esa uña a medio freír...

Y con cada arcada, llegaban a su cabeza retazos de percepción clarificados, más luz, más luz...

...Luego tomó el cuchillo con la mano derecha mientras colocaba su mano izquierda en la tabla de picar y empezaba a quitar pequeñas rebanadas de su dedo pulgar.

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

El cuchillo estaba afilado, pero le sorprendió constatar que la uña del dedo ofrecía una pequeña resistencia a su filo, aplicó un poco mas de fuerza y siguió convirtiendo su dedo en pequeñas rodajas...

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

Pequeños surtidores de sangre surgieron cuando llegó al hueso, y crecieron de tamaño mientras los minúsculos vasos de las falanges estallaban y eran segados sin compasión por el filo del aluminio flexible... Siguió cantando con una sonrisita estupida en el rostro...

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

El cigarrillo le colgaba apagado de la boca, mientras contemplaba el charco de sangre que iba formándose en el suelo, y sus zapatos, y en la superficie del mesón de la cocina...

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

Cuando llegó a la palma de la mano, en la que latían pequeñas hebras de tendones y piel; tomó la tabla y con el cuchillo manchado empujó las rebanadas de su dedo a la sartén... Aspirando con fruición el aroma de la carne friéndose...
Un aroma sólido, que le recordaba su niñez, cuando su abuela mezclaba el sartén en el antiquísimo fogón de leña de la casa familiar, friendo con parsimonia el cordero de la noche buena...

Tanz... mein lieben tanz... Tanz met meer...

Vomitó durante un largo rato, devolviendo con una mezcla de asco y alivio toda la cena y el desayuno de la mañana. Vomitó hasta quedar medio inconsciente, con la fuerza apenas necesaria para arrastrarse hasta la ducha y recostarse contra la fría pared de azulejos.

El latido volvió; esta vez más persistente, más cercano.
Lo notó en el bulto que la pequeña caja hacía en el bolsillo del pecho de su camisa.
Allí estaba, el pequeño artilugio de cuero, latiendo al compás de su torturada cabeza; latiendo al ritmo tangible de su mano izquierda, que era un ascua de dolor...

Vibrando al compás de su risa, que se elevó; de un pequeño gorgoteo en su garganta a un alarido histérico que sacudía todo su cuerpo incontrolablemente...

Se volvió a la pared con la mirada apagada, intentando escapar del latido, intentando a toda costa huir de él; de su llamado, que era cálido y sinuoso; que parecía esconder pequeñas y movibles repugnancias en el borde luminoso del frío que le empezaba a dominar de nuevo...

Intentó atravesar la pared rompiendo los azulejos de la ducha; y solo hasta que sintió el dolor que corría por sus brazos hasta el cuello se dio cuenta que sus uñas yacían abandonadas como canicas arrojadas por un niño aburrido en el suelo. Canicas planas, sangrantes y despedazadas.
Sus dedos eran deformes muñones rosados bordeados por negros festones de músculo y piel; y en la pared había dibujados con su sangre; trozos de una incomprensible escritura...

Rió de nuevo, perdida para siempre la cordura... mientras se dirigía a su habitación con pasos desordenados; y sumido en un vacío viscoso y sereno; sacaba del cajón inferior de su mesita de noche el cromado y brillante revolver de su difunto padre...

Ya no era ni risa, ni alarido histérico, era el llanto de su inocencia partida para siempre, era su vida desfilando incoherente ante sus ojos. Eran los hilos de un dios imposible moviendo sus afilados y blancos dedos, jugando con el destino del mundo...

Pero era la caja, vibrando, tocando las fibras más delicadas de su conciencia, revelándole el horror infinito del vacío eterno. Y esa nada, esa absoluta carencia de luz se le antojo mas horrible todavía; cuando descubrió las gigantescas formas tentaculares que esperaban salir de ella...

Gritó entonces, gritó hasta sentir que su garganta explotaba en mil pedazos que danzaban vibrando al compás de la maldita caja...Y se dio cuenta, demasiado tarde que el estallido de luz, que surgía del cañón del revolver cromado, ocultaba también tras de su blancura, una nada oscura en la que nadaban los monstruos tentaculares...



El agente Spinoza encendió con los dedos temblorosos el último cigarrillo del arrugado paquete... Temblaba, lo notó disgustado; ese temblor era inverosímil. Pero la escena que había contemplado en el apartamento del edificio frente a él haría temblar hasta al más curtido de los oficiales de la policía metropolitana.

Era simplemente... Horrible... Pero a la vez tan familiar... Ese pobre loco, tendido en la cama, con los muñones de sus manos aferradas a la camisa, y su cráneo abierto por el disparo; una especie de orquídea en la que se mezclaban cabellos blancos y negros...
Sintió cansado el espasmo que precede al movimiento convulsivo del estómago el pecho, pero a duras penas logró contenerlo... Dio otra calada furiosa a su cigarrillo respirando con fuerza, y cerrando los ojos; mientras una capa de sudor frío le cubría la frente de improviso.

La voz de su compañero de patrulla le sacó con un estremecimiento de su mutismo

--¡Eh!, ¡Spinoza!—Dijo el agente Gunther-- ¿Estas esperando a tu jodida madre?.

A regañadientes, con todo su cuerpo crujiendo mientras se obligaba a ponerse de pie; notó, en el espacio seco que su chaqueta había dejado en el banco de concreto mojado por el rocío de la noche, una pequeña caja de lo que parecía ser una especie de cuero blancuzco y desvaído.
La tomó sin pensarlo siquiera y apresuró el paso hasta la patrulla donde su compañero le increpaba con la mirada.

Iba a ser un día muy, muy largo.

Cuando intentó sonreír al ceñudo agente, se dio cuenta extrañado, que los músculos de su rostro se negaban a obedecerle...

Sariel_Rofocale