viernes, 22 de agosto de 2008

El adios

(Nana para morir)

Despierta niño, despierta...

Ha llegado la hora, y este, es justo el momento...

Tranquilo, amico, tranquilo...

Para cuando llegue la muerte, te acompañará una estrella,

Rojo tu brillo como el pulsar de su sangre...

Aguanta, viejo, aguanta...

El cálido rugido de la agonía en tu entraña... De tu dolor se alimenta la rabia, y esta tristeza, escribirá en los vientos el eco de una leyenda, que pronto se olvidará... De nuevo...

Cuantos, que dormitaran escondidos, hasta el retorno de otra era, para estallar al final, su fuego y su pesadilla...

Respira, paisan, respira...

Vete tranquilo, al devenir de este sueño, guarda tu pena,

Cubriéndote de nuevo, con el fulgor de tus alas,

Con la inquietud de tu brazo... Con la voluntad... Con la lucha...

Este frío, que martiriza tus manos, es solo la suave caricia de tus amores muertos...

Tu último suspiro, hará mella en la noche.

Descansa, Sariel, descansa...

Cuando llegue el momento, partirás sin menoscabo...

Cuando llegue la hora... Tú morirás... Sonriendo.

S.R

Umbra

miércoles, 6 de agosto de 2008

La Séptima Luna



Soy el último, el sobreviviente de una larga línea de luchadores... Y el único que puede contar esta historia para las generaciones venideras... Por supuesto, si es que hay alguna posibilidad de que los hombres vuelvan a habitar estas tierras. Hoy, solo el cielo infinito es el testigo de lo que resta de una gran ciudad, y el ciclo eterno de días y noches se cierne sobre la calma imperturbable que se desliza entre las torres y edificios que ya comienzan a ser vencidos por el paso del tiempo. Esta calma, esta tranquilidad, no tienen nada de sagrado, para mí, que espero sin prisa la llegada de la muerte, este silencio opresivo es tan solo el estigma de la destrucción. Pese a ello y aún con toda la ironía que encierra, soy libre...


Como relatar el inicio, como revelar a quien sea que después de mi muerte logre tener estas hojas amarillentas en sus manos, la hecatombe que llevó a toda una raza a una muerte horrenda y estúpida. A quién culpar de ello, sino a nosotros mismos... A nuestro miedo, a la terrible inseguridad que anida en el fondo del corazón del hombre, fruto íntimo de la certeza de la propia insignificancia frente al universo que sigue allí, y seguirá después de mi final, ya próximo... ¡Ah! Elloria, la de las calles de plata, la ciudad que sobrevivió a los holocaustos de la antigüedad, cuando hombres tan débiles y poderosos como nosotros, desafiando las leyes de los dioses y otros hombres, desataron sin piedad ni temor las fuerzas ocultas en la tierra. Elloria, que logró sobreponerse al poder de las estrellas que barrió la faz del planeta, llevándose consigo los sueños y vidas de otras tantas ciudades y pueblos... La flor que se erigió a los cielos sobre el osario del pasado.

Siglos habían corrido sobre la luna, siglos de dura lucha contra un mundo que ya no quería seres vivos en su rostro, en los que la esperanza surgió combativa, estableciendo las bases sólidas de un futuro promisorio... Hasta que llegaron ellos, de las profundidades de la tierra. Ocultos, para salvarse de los grandes cataclismos que sus antepasados desataron sobre la tierra, tan parecidos a nosotros, pero a la vez tan horrendamente diferentes. Mientras la vida pugnaba por resurgir, ellos cambiaron, y se convirtieron a sí mismos en retratos desvaídos de lo que habían sido. Bestias, no existe otra palabra para describirlos, sedientas de sangre, hambrientas de poder y de inocencia... Su sola existencia se había convertido en muerte, y la dispersaron por doquier con generosidad. Tan imprevista fue su llegada, que nadie tuvo tiempo de organizar una defensa seria, y para cuando ellos llegaron a la ciudad, ya solo restaba un reducido núcleo de gentes (Entre las que me encontraba) en condiciones de luchar.

Y fue una batalla larga, que duró años, penosos y lentos, en los que la sangre corrió en ambos bandos pródigamente.

¿Que motivos tiene el hombre para seguir viviendo aún cuando las condiciones en las que vive le son adversas? Aún hoy lo ignoro, quizá el miedo a la muerte, que es un poderoso incentivo para nuestra especie... Así que perseveramos, y seguimos en pie, desafiando el poder de las sombras con una tenacidad rayana en la demencia, mientras intentábamos encontrar una forma de destruir para siempre el maligno poder que nos masacraba. Y no fue sino en las postrimerías de nuestra resistencia, cuando ya todo parecía perdido, que algunos de nosotros, logramos encontrar, después de años de búsqueda infructuosa, bajo los túneles que poblaban nuestra moribunda urbe, el maravilloso depósito de maquinaria que los antiguos habían escondido. En donde se hallaban, aún intactas tras tantos años, las poderosas maquinas que casi destruyen por completo el planeta. Maldito el día en que yo mismo encontré la manera de atravesar las barreras que los antiguos habían colocado sabiamente, para impedir que los insensatos llenos de miedo como yo, accedieran a los indestructibles portentos de la muerte. Maldito el día en que pise el suelo impoluto de la cámara, y llevé con mis propias manos el pequeño cilindro plateado que llevaba en sí el germen de nuestro espantoso final.

Tarde, muy tarde descubrí los registros que allí se encontraban, que anunciaban el peligro implícito de aquel artefacto, la razón por la cual fue sellado en ese lugar... Demasiado tarde para lograr que los mayores, presas de la desesperación, dieran vida a la pequeña máquina... Tarde, pero justo a tiempo para ver como el cielo fue iluminado por un horrible resplandor, cien mil veces más poderoso que nuestro viejo y amable sol, mientras terribles convulsiones estremecían las raíces de la tierra, derrumbando todo lo que en ella había, vivo o muerto.

¡Oh Dioses! ¿Por que no permitisteis que muriéramos en aquella ocasión? Por que vivimos, y la ciudad, maltrecha, también quedó en pie, mientras el júbilo se apoderaba de los corazones cansados de luchar...

Cuando traté de advertirles, cuando rogué y supliqué que retornáramos al antiguo refugio para escapar de la maldición que se nos venía encima fui tildado de loco, de enfermo, y conducido sin posibilidad de redimirme a la más oscura de nuestras celdas... Si, el miedo, el miedo fue lo que me impidió actuar con mesura, sin antes revisar a fondo el almacén de maravillas, el miedo fue el que impidió a los mayores escuchar mis ruegos, mientras sellaban de nuevo, y esta vez para siempre aquél depósito, restableciendo sus antiguas defensas, sin que hubiese poder sobre la tierra capaz de penetrarlas de nuevo...

Una losa de piedra aplastó mi corazón cuando me di cuenta del terrible final que nos esperaba... Si, era cierto, vencimos a los invasores, pero a cambio, empezamos a morir. Niños, y ancianos, mujeres y hombres, empezaron a enfermar, aquejados por un desconocido mal para el cual no se encontró una cura... Inútilmente me liberaron, para tratar de encontrar de nuevo una manera de entrar a la antigua cámara, accediendo a la cura para aquella maldición. Inútil fue mi desesperado intento de violar sus defensas... Los dioses crueles y vengativos por fin habían decretado nuestra extinción... El júbilo se trasformó en muerte y en desesperación, cuando uno tras otro los pocos que quedábamos empezamos a fallecer lentamente, agobiados por espantosos dolores, revolcándonos en nuestras propias vísceras, que estallaban, llenas de purulencias ennegrecidas sin que lográramos apresurar la fin o mitigar el dolor.

Así pues, soy el último, y mi muerte, aunque lenta llegará ya en breve, sumiéndome en el mismo infierno en el que han de esperarme mis jueces...

Soy libre, es cierto, por que ya no queda nada a lo cual deba temerle, ni tampoco queda nada que amar, ni espero ya nada mas que la misericordiosa oscuridad que solo conlleva el sueño sin pesadillas de los muertos... Solo eso, la nada, o la misericordia...

Firmado en la séptima luna

El pergamino terminaba abruptamente en un borroso manchón rojizo, suspirando tristemente, el teniente coronel Terial guardó cuidadosamente el escrito en su escarcela, y salió del edificio.

Con paso firme, se dirigió a la plaza donde ya le esperaban impacientes el resto de sus compañeros...

Moviendo la cabeza negativamente, se dirigieron al resplandeciente vehículo que les llevaría de nuevo a su hogar en las estrellas...

Sariel Rofocale.

Umbra.

Me llaman perdido


Me llaman perdido. Mientras cruzan la calle y me compadecen...

Me dicen caído, el que ha olvidado...

No gritan, acusan, y el peso de sus voces es un augurio, del fragor que me espera en el infierno.

Y dicen, y piensan, y murmuran quedo, tras de mi estela de gritos...

Yo busco un refugio de café y tabaco,

Que me permita conjurar una vez más todo lo que esta oculto en mi alma...

Y paso... Como pasa el viento...

Recuerdo, por que mi vida es una sola memoria,

Las nubes de incienso y el temor al fuego,

La veneración a lo antiguo, el dulce eco de la verdad sagrada...

Los sonidos, el lamento del bronce, y el rugir apagado de las mrndangas...

Las flotantes alabanzas en lengua vernácula y ajena,

La maravilla constante que hasta las piedras llegaba...

También recuerdo, el oscuro día, en el que mi alma estalló en pedazos,

Y otra verdad más sublime y peligrosa,

Se adentró en mi alma con la furia eterna del hielo...

Cuando mi inocencia se partió y voló al infierno... Cuando sus voces,

Dejaron de tener significado para mí.

La siniestra delicia del camino de sombras,

La dulce agonía de vivir sin paraísos de papel...

Renegué de la luz que me ofrecía la caverna,

Y me adentré temeroso, pero firme, en los sangrantes marasmos que oculta la niebla.

Atendí el llamado de la sombra

Me acogí a su protección y angustia,

Y comprendí por fin que la libertad es un veneno, que a largo plazo se lleva tus sueños, en un tranquilo tormento de ironía...

Hoy, ya no hay dolor, pena o maldad de la cual mi alma no sea capaz, ni calma alguna que no puedan sentir mis manos, para siempre manchadas con la sangre y la mentira,

Ni tumba mas profunda que la que se esconde tras de mis párpados.

Si, estoy perdido, y este camino huele a sangre de viejas rosas y recuerdos...

Si, algo pavoroso me espera, cuando me adentre en las ruinas de mi pasado feliz y doliente...

Y otros rostros y otras voces, me pedirán sus cuentas por los errores cometidos...

Pero en mi triste deambular por estos campos,

Mientras la luna me ciega generosa con su blanca potestad...

El feliz aroma de mi rosa blanca, es el perfecto justificante,

Para cada paso, y decisión...

Soy feliz... Y duele su ausencia,

Y no me importa haberme condenado a un infierno,

Si esos delitos contra los dioses, me aseguraron,

Esta estación entre sus brazos...

Carai an caldazar, carai an ellisande...

Sariel Rofocale

Umbra...

Mashiara

Dadme vino, el que sea, el mejor de ellos me sabrá, tan horrible como la vida misma.. Khayyam...

Ya no tiene el mismo perfume, el viento que me desordena el cabello,

Ya solo hay un eco en las losas al camino de mi tumba...

No preciso de astucia para recordar de improviso,

Que me falta tu risa en esta locura pasiva,

Que me falta tu piel en mi cama de insomne...

Volverán las pesadillas,

Volverán de nuevo los delirios con los ojos abiertos,

La persecución de voces que solo anhelan mi carne...

Vuelvo a estar solo, por que la distancia me arredra,

Y tan solo necesito más tiempo,

Para sacar de mi ajado bolsillo,

La vía segura que me conduzca de nuevo a tu vera,

¡Por que ya no estoy solo en el camino!

¡Por que ya no hay nada que me detenga!

Se, que al culminar estas letras, llenas de humo y el recuerdo de tu tibieza,

Tan solo me esperan las frías paredes de mi desolada cueva,

A la vista perenne del odiado inquisidor...

Se que del alarido que pugna por escapar de mi alma,

Fruto del terror que me provoca tu ausencia,

Tan solo me salva tu voz, ya lejana,

Y la esperanza cierta e inamovible de otro momento más

Que me prive del miedo terrible a estar sin ti... Que es lo mismo que estar solo y vacío...

Sé, que ciudad soledad te cuidará en mi ausencia, y cubrirá con sus despiadados puñales de acero y vidrio tus pasos hacia el futuro,

Se que sus torres sucias de anhelos y melancolía,

Me despejarán muy pronto el camino

Que me conduzca a tu lado,

Para volver a soñar con el viento,

Para sentirme de nuevo, por fin, vivo, y plenamente justificado...

Amor... No nada más terrible que tu ausencia,

Y prefiero mil veces los tormentos del infierno,

El alarido furioso de las culpas de mi purgatorio,

A ver de nuevo tú figura en la distancia,

Empequeñecida, en las fauces de una lagartija amarilla,

Prefiero mil veces los puñales del miedo en mi alma,

A buscar a mi lado tu cara, y solo encontrar tinieblas y hielo...

Que tu amor me cubra como te cubre el mío, que tu presencia me calme

Como la mía te acompaña,

Y que muy pronto las voces que otros por error llaman silencio,

Me lleven de prisa hacia ti, para besarte de nuevo...

Por que este amor, Mashiara, es ya mas fuerte que las barreras del la distancia y la muerte...

Sombra de mi corazón, tan solo espera...

Sariel Rofocale

Umbra.