Y llegué tan alto, que hasta la más leve brisa bastaba para aterrorizarme…
La ciudad me guarda sus puñales, con cariño y abandono,
Negro concreto que llama desde horcas brillantes
Ciega la fe de la hormiga,
Recogiendo sudor afanosa y simple;
Cuanta inocencia desde la altura,
Cuantos demonios disfrazados de insectos,
Gasterópodos, cronopios del averno,
Esperanzas marchitas, abrigadas con cartón y periódico…
Negras las nubes que vomitan veneno,
Féretros varios, in movimento,
Carcomiendo febriles las entrañas de este campo para nada santo…
Ciudad puta, Babilonia triste y en exceso maquillada,
Tus aterradores sonidos me limpian y laceran el alma,
Tus fantasmas vigilantes en las frías cúpulas,
Se disfrazan de cenizas,
Vagos, tenues escarabajos que retumban y entrechocan metales…
Hasta estas alturas me llega el olor de tus vicios;
Desde estas alturas te escupo con envidia,
Ciudad miedo, ciudad sueño, libidinosa y profunda,
Cuanto anhelo ser parte íntima de tus pesadillas…
Sariel Rofocale
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