sábado, 6 de junio de 2009

Destinación


Contadas veces, entre los espacios que nos deja el tiempo…

La vió, por primera vez un domingo, en la feria. Avanzaba de prisa, moviéndose entre los minúsculos y abigarrados tenderetes de telas y bisoutterie, sin que se pareciese a una visión, pero con un empeño evidente al medir cada paso, cauteloso, franqueando con pericia y atrevimiento los abismos inexistentes del asfalto, casi gloriosa, en su valentía imaginaria.

Sin duda, fue eso lo que hizo más apremiante la necesidad de contárselo.

Pero, como suele ocurrir con las personas que esquivan abismos que no existen, desde luego con una valentía que tiene mucho de fábula y poco de fondo, ella se movió con una rapidez inimaginable, mucho mas de prisa que la intención de atarla con una mirada… Lógicamente, la chica desapareció, y allí habría terminado todo, si no fuera por la sensación de vacio que le lleno de repente, y que no remitió ni siquiera cuando, al día siguiente, la volvió a ver, repitiendo el ritual de su movimiento, la misma cautela, la misma prisa, la misma valentía imaginaria, sino hasta que se fijó en la pequeña maleta de ruedas (Buscando un taxi al aeropuerto, pienso que pensó) que arrastraba.
Sintió de repente esa imperiosa necesidad de gritárselo en la cara hasta que le estallara esa verdad en los ojos (O en sus oídos, quien sabe), hasta que la garganta se le secara en el cuello, hasta que la mano con la que la aferraría triturara su hombro… Y justo cuando su cuerpo iniciaba esa rotación salvaje que augura la carrera desesperada del que salva una vida, siguiendo el pronóstico (El augurio de un Dios, que se yo) ella encontró un taxi que la difuminó entre la caudalosa avenida.

La esperó durante varios días, hasta que estos, convertidos en meses, y luego en años, se encargaron de borrarla, y por supuesto, traérsela de nuevo, a los cansados días de su ancianidad. Y en medio de ese naufragio, la reconoció sin piedad por ese mismo modo de caminar precavido. Siendo arrastrada por una cohorte de niños salvajes, deformada para siempre su mirada por los pesares, la tragedia, el miedo y las alegrías de tantos años transcurridos…

Supo entonces, (Y le pesó amargo el corazón) que ya era demasiado tarde, incluso en el mismo instante en el que a ella la dejó el avión para volverla a poner, años mas tarde en el ocaso de su vida.

Sariel Rofocale

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