
Había viento, como todas las tardes de cada agosto en mi vida… Y un millar de pájaros de papel y plástico, surcaban temerarios la inmensidad del cielo de esa niñez que he perdido…
Recuerdo el esfuerzo, la tenacidad (siempre conmovedora en un niño de pocos años) con la que me empeñé en crear de mi propia imaginación y con mi solitario esfuerzo, aquella pequeña cometa de bolsas de basura… Era transparente… Y su estructura algo imperfecta, un poco tosca, pero en mi orgullo, perfecta…
Tenía una larga cola hecha con sábanas y medias viejas, y una variada colección de lazos y cuerdas, que con paciente parsimonia había logrado rescatar de la casa vieja en el campo… Es sorprendentemente difícil conseguir cuerda cuando tienes 7 u 8 años, y me parecía absurdo explicar algo tan evidente como mi necesidad de volar...
Me pregunto si acaso, en mi larvaria mente, no sentía ya la necesidad de escapar por cualquier medio del mundo que me rodeaba.
Precisamente y para ese día me había vestido con lo mejor que tenía (No recuerdo que era, pero para momentos tan simples y mágicos siempre he hecho lo mismo) que no era nuevo, sin comer y sin dar mayores explicaciones, emprendí el camino que según recuerdo era y sigue siendo muy largo… Camine bastante… Y llegué al pueblo con mi magnífica ave cuidadosamente envuelta y protegida en papel periódico… Sin perder tiempo me dirigí al estadio, un armatoste peligroso para cualquiera que no tuviese mi edad, avejentado y caduco como siempre ha sido toda estructura y persona en esa ciudad, lleno de jóvenes y adultos que como yo, soñaban con volar, si bien, en mejores aves que la mía, de lo cual no tardaría en darme cuenta…
Busqué el lugar mas alejado de la entrada y los demás, tenía la certeza de que la magnificencia (Aunque en ese entonces no tenía ni la menor idea del significado de la palabra) de mi ave despertaría la envidia asesina de mis congéneres… Desenvolví amorosamente mi paquete y me dispuse a esperar la primera ráfaga de viento, era consciente del desmedido peso de mi cometa y había planeado meticulosamente ese momento… Al cabo de unos instantes, casi sin quererlo, un embate de brisa levantó perezosamente a mi pesada creación, elevándola mas allá de lo que en mis alocadas fantasías de la noche anterior pude haber esperado. Alzó vuelo y bien pronto agotó las escasas reservas de cuerda que poseía, pero debo decir en justicia, que en ningún momento corcoveó como suelen hacerlo esas cometas prostitutas que puedes comprar por una nadería en cualquier tienda de esquina… Al contrario, majestuosa, planeó sobre mi cabeza sin moverse ni un centímetro más de lo que yo quería… Voló sobre un tiempo interminable, incontable la verdad, éramos un solo individuo mi ave y yo… Y mientras ella sobrevolaba el césped mal cuidado y enfermizo del estadio, no me era difícil (Supongo ahora) sentirme allá arriba, sobre la grupa de un ave mitológica, por encima de la miseria de la que escapaba, por encima de la miseria espiritual (Ya entonces sentía eso) de la humanidad que me rodeaba… Mas puro de lo que nunca llegaré a sentirme en la vida…
Mas llega el momento en que agosto, con todas sus promesas de viento se convierte en tu enemigo… De un instante a otro la brisa cesó de inmediato y mi pesada ave empezó a decaer, imparable… Yo, que me afanaba recogiendo cuerda, la animaba con mis escasos gritos pero ya la tragedia se había marcado, mi ave, mi hermosa cometa hija de mis manos tímidas y frágiles, tejía con breves espasmos su aparatoso final contra el suelo… Más, también es justo decirlo, incluso en su agonía, logró estrellarse con una gracia y armonía que yo entonces no alcanzaba a comprender (Y es que entonces no sabía que al igual que un comienzo, también los hombres y las cosas son capaces de grandes finales).
Un revoltijo de maderas, plástico y tela fue lo único que quedó de mi cometa, eso y una pequeña e insignificante nube de polvo en el centro de la cancha… De alguna manera alcancé a comprender lo irreversible del accidente, y llorando con una rabia e impotencia hasta entonces desconocidas para mí, me precipité junto a ella, recogiendo con ternura sus miembros destrozados, casi esperando que como yo, sangrara, cuando caía de los árboles o de mi propia cama…
Poco tiempo duró el funeral de mi ave, mal presagio era ese en efecto… De mi llanto mudo me sacó la corta y casi cortés risa de los que me rodeaban… Cuando alcé los ojos vi un desprecio y una lástima hacia mi ave, hacia mí, que jamás había visto en los ojos de nadie…
Con un doloroso golpe, ese agosto me enseñó que en efecto mi ave era miserable (Por más que hubiese sido parida por mis manos), que mis mejores ropas no eran peores y más dignas de lástima que las de los mendigos que veíamos en casa cada domingo (Algo que no ha mejorado hasta hora, mucho me temo)… Pero, lo que en verdad acabó de un solo corte algo que hoy todavía no alcanzo a definir (pero que tenía la intimidad gloriosa del agua y la serena luz de las rosas recién abiertas) fue la repentina revelación que me asqueará hasta el final de mis días en esta tierra podrida y mediocre… Que las cometas, al igual que los sueños, al igual que todo en este pedazo de universo, solo pueden volar si son objetos mediocres, prostitutas compradas en cualquier tienda de esquina…
Sariel Rofocale