sábado, 9 de febrero de 2008

Carta a Charlotte (Veronique, fragmento de una obsesion imaginada)

Algo podrías hoy reconocer, algo acerca de ese gris invierno, que congelaba las gotas de agua; transformándolas en un collar de grises y manchados diamantes, colgando de las pocas ramas vivas de los árboles de la urbe.

Y de seguro; podrías sentir de nuevo, el calido y pegajoso aliento de la tierra revuelta; cuando entre las cruces del cementerio absurdo de esta realidad cotidiana, escalabas las montañas frías, que tus enceguecidos ojos; por la fiebre del viento y la ilusión; veían en cada estatua, cada pedestal a la gloria falsa de los hombres e ideales muertos.

Pero, Charlotte mi querida amiga; ella aún sigue allí, aún con su misma sonrisa, a medio camino entre la burla y el sarcasmo. Ella aún, camina estas calles rotas, y me espía; me sigue por entre mis pesadillas, llevando su descaro hasta entrometerse en mis propios sueños.
Puedo hallarme en una calle cualquiera de la verdad onírica de mi cama, cuando de repente, y sin previo aviso, me sorprende su aroma por la espalda. Y me entra de nuevo ese miedo increíble a voltear, y ver sus ojos oscuros, franqueados por la mata de cabello liso y brillante. Ver su piel morena y lisa, que destella fulgurante bajo los cielos cambiantes de mis anhelos confesos.

Cada rostro, cada paso en un camino de sombras, en mi perpetuo buscar de la alegría, tantas veces robada del aliento yerto de los quejumbrosos rieles, tantos estallidos de conciencia, en calles poco alumbradas, tanto tabaco y tanta muerte, y después de todo ello. Aún me sorprende su rostro, su sonrisa dulce y aterradora. Aún, aún ahora Charlotte querida, aún ahora, que ya no soy joven, y que he creído sepultar su recuerdo tras el murmullo constante de mis trajinados labios. Encuentro su mirada, acusándome en un piadoso silencio, del mal causado, de las heridas que después de todo, jamás llegaran a sanar.

A veces me llego a preguntar, en ese desmayo extraño de las horas de vigilia, si en verdad mi alma, y lo poco que me queda de corazón, quieren con sinceridad que desaparezca. Por que he llegado a acostumbrarme a su presencia, a su perfume sacudiendo el sopor de mis recuerdos.
Por que he llegado hasta el extremo de llamarla, con sediento desgano, de evocar su rostro, cada vez más difícil de amarrar a los ojos de mi memoria.

Es entonces cuando enciendo con pesar otro cigarrillo; sello casi con pena los siete minutos a favor de mi cuenta con la muerte. Y lo disfruto, disfruto del llanto seco que grita y gime, pero que queda sellado en la barrera que el tiempo y mi propia voluntad han creado en mi memoria para el recuerdo de su nombre.

Las calles, dejan de ser tan frías, cuando la muerte llega y me roba un amigo, las calles se visten de fulgor purpúreo, de voces rumiantes de la voracidad del frío, y cada piedra, cada adoquín, mojado por el rocío matutino, hasta la peste de los microbuses que enlatan los sueños y el miedo diurno de la humanidad que amanece, se me antojan mas dulces y mas dignas de lástima; cuando su recuerdo se aparece, así, sin previo aviso, en mi memoria doliente.

Recuerdo que alguna vez, en una madrugada, en la que disfrazado, tras el hielo de la calle, se debatía y aullaba, mi talento incipiente, un viejo amigo, que ha mucho tiempo largó banderas a la tierra de todos los sueños, pudo ser capaz de revelarme un gran secreto. Con alegre y traviesa expresión, como cuando eres niño y descubres el magnifico y glorioso sabor de un chocolate, como cuando eres joven y descubres, el escondido placer de devorarte las uñas dentro de un cine de mala muerte.

-Rogelio ¿Conoces el significado de la muerte?-

Esta pregunta, cuya respuesta me guardo en el más dulce y terrible de los secretos, marcó mi vida, mis sueños, y me desligó por completo de la verdad que aparentan mis ojos cansados.
Así es ella, es un reto, y a la vez mi vicio, mi particular vicio, antes de largarme por completo, de entregarme sin prisas, al olvido enorme que significa, dejar de estar vivo.
Para lo cual, querida Charlotte, no preciso de ningún pasaporte, y, ni siquiera de mi propio permiso. Tan solo es preciso que pase, en el momento oportuno, en el segundo, antes del último suspiro.

Sariel Rofocale

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