Cierto día,
Por obra y gracia de un destino infame,
Me cegó la luz del sol, y sin suspiros ni gloria,
Partí, sin conciencia a la nada,
Donde un tribunal de sombras;
Sin asomo de compasión,
Me condenó, hasta el final de los tiempos,
A ser considerado inocente.
A existir; en la beatitud ampulosa y yerta,
A padecer la agonía infinita del aburrimiento de dios...
Me ha condenado el destino,
A enfermar por siempre de hastío,
A mirar el mundo con ojos blancos,
Con infinita bondad, sacramental paciencia,
Me han condenado a ser bueno...
Me han destinado a ser puro...
Pero yo tenía sed de muerte,
Ser perpetuado dolor;
Yo, que me he alimentado de peste,
Y he bebido de las lágrimas de un inocente,
Me he cebado en su angustia,
Y he burlado su confianza,
Yo que no merezco sino la nada,
La muerte infame, la tortura,
He sido obligado a retornar obediente,
A vestir el impoluto blanco de los que nunca han nacido,
Alabando sin cesar, al gran equívoco cósmico...
Ya no hay cuerdas en mi alma,
No soy nadie, no soy nada,
Soy poco menos que aire,
Desganado suspiro de mi magnificencia muerta,
Yo era señor en tinieblas,
Amo y maestro de toda tortura y guerra,
Yo me embriague de gloria en la hecatombe de antaño,
Y sacrifique a los justos, en la preciosa ceremonia de la extinción de la mente...
Todo horror, y toda sangre, a la voluntad de la parca,
Mí amada compañera, mi hermana...
Solo esta luz quemante, solo este aburrimiento sacro...
Sin poder recordar el sabor del vino,
Ni evocar, por más que lo intento,
El sonido del humo en mis venas,
En la arteria de los hombres...
Y helo allí; todo honor y complacencia,
Repugnante en su crapulencia,
Rodeado de torpes e inútiles remedos de su propia gloria,
Seres impolutos, seres gloriosos,
¡Oh vosotros! ¡Los bien amados! ¡Los bien intencionados!
Escupo en vuestros rostros lisos y sin emociones,
Yo no anhelo la inocencia,
Soy enemigo del calor,
Anhelo la masacre indiscriminada del hombre,
La extinción de toda risa,
La combativa alegría del que se sabe muriendo,
La blasfema armonía de los poetas del sueño,
Algo distinto a esta hiedra
Que me inunda la mente y las manos con su asquerosa condena...
¡Yo te maldigo!
Te declaro farsante en tu trono,
Escupo en tu rostro tirano,
Prefiero la nada
Prefiero el vacío
Prefiero ser rey, en la incólume sombra,
Señor y dios en la entraña misma de la maledicencia,
Que ser otro sacramental rastrero;
De tu bondad sin limite, de tu mentira y tu ausencia...
¡Farsante!
Devuélveme mi alegría,
El feroz brillo de mis hermanos,
Para torturar por siempre a tus amados hijos,
Los florecidos de tu carne,
Los tan queridos de tu alma...
Quiero matarlos,
Macerarlos lentamente,
Beber su sangre sin prisas,
Comprar sus almas por la bagatela inútil de metal en tierra,
Quiero convertirme en su dios y ser adorado en tus catedrales, y en tus iglesias,
Como ya lo hice alguna vez en el pasado.
O desaparece mi memoria,
Conviérteme en piedra, en cal, borra mi agonía, limpiando mi memoria,
Me sumiré en tu gloria, me aterrará tu benevolencia sin cuento...
Otro finoccio mas de tu corte de espectros...
A la larga todos pierden,
Al final, todo es mentira,
Solo cuenta mi memoria,
Esa, que pronto me has de quitar...
Sariel Rofocale
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