Tito Strada
(Historias para morir descontento)
¡SALUD A LA INOCENCIA CAÍDA!
I
“Por que es un engorro”
¿Qué es este lugar?
Fue el primer pensamiento de Tito al tratar de sobreponerse a la nebulosa complacencia del sueño moribundo... Para a continuación preguntarse, con todo el candor de su alma atormentada, - ¿Qué demonios pasa conmigo?- .
El problema de tito (En sus propias palabras, el video con Tito...), era sencillo; de hecho, era tan simple y fácil de entender, que él mismo, no acertaba a darse cuenta, de que en la facilidad del mismo radicaba su completa e irreductible confusión. El problema, era que Tito, sencillamente existía; y que había despertado de nuevo.
Ello no presentaba ningún problema para este empedernido fumador de 19 años; ya que al fin y al cabo, la mitad de esos años habían estado matizados por despertares de esa calaña. El problema era que Tito estaba vivo, y no le gustaba; y era demasiado valiente, o demasiado cobarde (Según se entienda el significado de esa palabra) para hacer algo al respecto. A fin de cuentas, luchas de este tipo se dan en cada ser humano, y no habría razón alguna para que Tito fuese la excepción...
Despertar; esa ominosa palabra en el universo de Tito, no solo estaba acompañada por la certeza de un día nuevo de decepciones; sino que poseía el encanto único de todas las almas que por una caprichosa voluntad de lo que llaman destino, u azar; se encuentran desde el nacimiento, cansadas y hastiadas de todo.
Repasó con un amplio movimiento de sus ojos enrojecidos por el insomnio, la familiar y opresiva decoración de su cuarto; una confusa mezcla entre celda de sanatorio, y consultorio de psiquiatra. Adornado con todas las pequeñas adquisiciones contra natura que Tito se había esforzado por conseguir en las narices de los propietarios, desde el mismo día en que tuvo el tamaño y rostro necesarios para pasar por mayor de edad. Botellas vacías de cerveza, innumerables colillas de cigarrillos, ropa sucia mezclada al azar con la recién lavada, y los innumerables libros en cuartilla, o fotocopias, que eran su solaz para la soledad y el tedio.
- 19 años – Pensó con un dejo de tristeza, - A mi edad Alejandro ya había derrotado a los tebanos en la vanguardia del ejército de Filipo, y yo; yo a duras penas consigo hacer que la maldita perra no me devore los libros y defeque en el parque- .
-¡Tito!-
La angustiosa voz de su madre lo sacó de las ensoñaciones y le puso de una patada en la cara en la realidad de su propia casa.
-¡Levántate y ve al banco!-
Por lo bajo alcanzó a oír la voz de su detestable y jamás querido hermano menor que decía en tono burlón, algo relacionado con la pereza de ese maricón de mierda que no valía para nada.
Así mismo, escuchó el desganado reproche de su madre para ese comentario. Pero no se molestó demasiado en entender le retahíla ininteligible de palabras que precedían por rutina el desayuno en la mesa.
Tito ignoraba la razón para que la voz de su madre, a esas horas de día representara para el una fracción importante de odio innato que sentía hacia todo; quizá por que las visiones de la niñez se habían ido diluyendo en la realidad de los hombres casi adultos; y de los días en que la voz de su madre era para el la misma voz de Dios, no quedaba mas que la obediencia astuta y servil, del que sabe que no puede sobrevivir solo sin la dirigencia (Obligada) y el dinero (Maldito y adorado dinero) de la jefe de familia.
Tito amaba a su madre, pero en momentos como ese, se odiaba a si mismo por no venerarla ya como antaño, y pensaba de cuando en cuando que madurar era un asco, y sonriendo con esa risa a mitad de camino entre el sollozo y la crítica, se apresuraba a vestirse, lavarse los dientes y representar su papel, con la esperanza de obtener un par de billetes con los que sufragar el papel y el tabaco necesarios para sobrevivir a otro día mas en el mundo.
El desayuno transcurrió como todos los actos simples en esa casa; como un campo de batalla entre tres fracciones contendientes por uno o varios ideales cascados y perdidos; Tito aguantó la borrasca con un gesto seco, engullendo como podía el café y sepultando con la comida, todos los anhelos profundos de clavar el tenedor en la cara de su hermano y bailar una danza ritual con sus entrañas colgando del cuello...
Pero llegó un momento; mientras fregaba los trastes en el pequeño lavaplatos de la aún más pequeña cocina de la casa, que se sintió embargado por una rabia que hasta entonces desconocía... La oleada de furor le atenazó el cuello y silenciosamente derramó una lágrima, mientras con la parsimonia y meticulosidad que le caracterizaba en estos menesteres que los loqueros llaman catarsis; empezaba a destrozar uno a uno todos los platos del aparador con sus propios puños...
Descargó su rabia en frenéticos golpes, ignorante de los porrazos en la puerta de la cocina, (Dados sin duda alguna por el impertinente de su hermano) al reguero confuso de jabón, agua, loza y sangre que empezaba a empapar el inmaculado amarillo de las baldosas del suelo... Su respiración era difícil; sus latidos, serenos e impasibles; su concentración; suprema... Siguió destrozando, golpeando, machacándose los nudillos contra el suelo cuando el último plato desapareció bajo el influjo de su arrebato vengativo; por completo sordo al creciente dolor de sus brazos, y sin que le importara que su rostro, fuera una confusa masa de rubor y lágrimas...
Llegado el momento, se detuvo, y arrancándose el delantal floreado, (Un cómico regalo materno el día de su decimoséptimo cumpleaños, no menos odiado por ello), se dirigió a la puerta y la abrió; encontrándose con el furioso y congestionado rostro moreno de su hermano... Hubiera podido amar ese rostro, (En serio) hubiera podido hacerse reventar el alma y la cara mil veces por él, si tan solo hubiese habido una pizca de humanidad en esa cara. Por que podía soportar su detestable música, su abominable costumbre de fumar marihuana con la pipa de su abuelo, su maldita y aborrecible voz entonando los himnos de una ideología que a Tito se le hacía infantil y estúpida...
Pero no podía soportar su absoluta falta de amabilidad; su sensibilidad de carretero borracho, sus modales de gamberro y sicario; que jamás bajaba la voz y preguntaba todo a gritos, como el más envilecido de los políticos de la tierra.
La furia de su hermano fue evidente al ver el destrozo provocado por Tito en la cocina, pero se transformo en una mueca velada de miedo y espanto cuando contempló las lagrimas de tito, y el reguero de sangre que empapaba las paredes y el techo de la cocina; retrocedió unos pasos, dejando el camino libre a un Tito Strada que obnubilado, y sin prestarle la mas mínima atención arrancaba de sus nudillos los pedazos de loza que habían quedado atrapados en su desgarrada epidermis.
Mas cuando Tito tras puso el umbral de la casa con su gesto impasible; cuando la puerta se cerró, y escuchó los pasos de su hermano bajando la escalera hacía la calle; recordó su furia, y tragándose su espanto (Que bajó hecho un nudo de saliva y bilis por su garganta) le espetó a la puerta cerrada - ¡Que le pasa a este maricón!-.
Pero la puerta no respondió, y fue el destinatario mudo de los reproches e invectivas contra Tito. A la puerta no lo importaba, a Tito, tampoco...
II
“La ignorancia no nos absuelve de equivocarnos”
El aire soleado de la mañana hería los ojos de Tito; mientras presuroso y concentrado, dejaba llevar su tristeza con las notas de la música, y envenenaba un poco más sus pulmones cariados y moribundos... Sabía, sin que hiciese falta un matasanos para confirmarlo, que sus pulmones darían el esquinazo en cualquier momento, por que 35 cigarrillos diarios destruyen la salud de cualquier joven, mas aún si este padece se asma.
Sentado, en la parte sombreada de la calle, observaba sin ver la rutina de las gentes que se movían frente a él, con prisa, con miedo, con rabia, con hielo; subían y bajaban calles; se afanaban en oscuros cuchitriles el penoso pan del día de mañana, rogando a su idea de Dios una oportunidad mas para el desengaño; compraban lotería, amaban, morían; y a su manera compleja y miedosa, luchaban dando lo mejor de si en un circulo vicioso de esclavitud que no tenía ninguna salida. Ni por redención ni por voluntad.
Y allí, mientras se encalambraba las piernas por su renuente negativa a dejarse ver del sol amarillo y poderoso; sintió un enorme amor por esas personas; pese a saberse excluido de sus vidas por su terrible necesidad de soledad y locura; pese a saber que sus mas íntimos anhelos aterrarían al mas osado de ellos; los amó, los amó con pena y con tristeza; por que estaban vivos, y por que luchaban, y amaban, y sufrían y rogaban siempre, sin necesidad de insultarle, sin que les importara si vivía o moría. Los amó, por que ellos, no le necesitaban par seguir viviendo, y por que podría gritar, pegarse un tiro, o pintarse la cara con el pintalabios de una puta sin que por ello disminuyera nunca su total ignorancia del joven vestido de negro con gesto de atroz pesadumbre que les observaba detrás el humo de su décimo cigarrillo.
Con un ademán cansino apartó de su mente el calor del sol, y desperezándose, se encaminó por la calle hasta la casa de David.
Mientras recorría las escasa cuadras que le separaban de la morada de este singular ejemplar de la humanidad, Tito repasó lo poco que sabía de este hombre; y era bien poco; David era un gamberro, una rata, según su madres, y según su hermano... Bueno, no tenía idea que pensaba su hermano; había optado la diplomática costumbre de ignorarle desde los 10 años, costumbre que a pesar de no haber mejorado las naturalmente tensas relaciones con su propia carne y sangre, si había conseguido hacer caer en cuenta a Tito de la magnitud del abismo que le separaba de todos los hombres; y de este en específico.
David tenía su misma edad, y vivía solo en un caserón vetusto y semiderruido, huérfano de padre y madre desde los 10 años, había logrado sobrevivir, y hasta alcanzar una mediocre y pingüe fama ente la policía local, con su pequeño comercio de estupefacientes baratos... Si; David era su hombre... Y aunque Tito por el momento no necesitaba a nadie, solo David podría hacer algo...
Este se encontraba fumando a la entrada de su casa; mirando con indolente fastidio la nutrida concurrencia de personas que pasaban ignorándole por completo; sonriendo; reconociendo en el rostro y ademanes de unos y otros, a las sombras que por la noche, cuando declarara abierta su industriosa ocupación, se agazaparían y rebajarían hasta los extremos indecibles, tan solo por los productos que su siempre creciente imaginación lograban sustraer de la callada y furibunda vigilancia de los hombres y mujeres de la ley. David tenía su ley, eso importaba, eso y el dinero entrante, contante y sonante en su caja, lo que pensaran los demás de él le valía tanto como la colilla que apagaba con su pie descalzo.
Un gesto de sorpresa se dibujó en el rostro de David cuando tito dobló la esquina dirigiéndose hasta él. De todos los jóvenes de esta ciudad, solo Tito se atrevía a conversar con él abiertamente, de día y frente a la chismosa y biliosa vigilancia de las comadres y cotilleros. No eran amigos; un hombre como David, con un pié en la tumba y otro en la cárcel, no solía tener mas amigos que si mismo y su confusa visión de Dios, pero era reconfortante (En algún lugar recóndito y oscuro de su corazón, ya manchado con la sangre del prójimo) que de entre todos, uno al menos tuviese el descaro o el atrevimiento de conversar con él, como cualquier hijo de vecino respetable y comedido.
David no sabía a ciencia cierta que pensar de este joven, que evidentemente no le tenía miedo; y algo sabía él del miedo; ¿Por qué no le temía? ¿Por qué le saludaba afablemente?
Por que no era uno de sus disfrazados clientes, y no le había visto mayor vicio que el de sus incontables cigarrillos y las cervezas con las que se atragantaba en cada fiesta a la que David asistía en calidad de proveedor y Tito, en la de doliente apagador de sus penas.
Por merced de su trato con las mas oscuras necesidades de los hombres, David podía ver que el problema con Tito era que no le temía a nada, excepto a sí mismo, y que su pena (Por que había de tenerla, un hombre no se asesina a sí mismo de una manera tan constante y sapiente si no es por que quiere matar en su cuerpo una aflicción particularmente difícil) era algo tan íntimo y terrible, que atraería sobre el la inmediata cólera divina de poderla expresar con palabras.
Tito saludó con paciencia; mientras esperaba tranquilo a la sombra del portón, el retorno de la conciencia de David a los límites cabales de su comprensión... Contemplando sin interés la jugueteante sombra de los árboles en la plaza.
- ¿En que puedo servirte hermano?- Preguntó David, mientras devoraba con la mirada los gestos de Tito, antecediendo a la respuesta previsible, esperando con secreta complacencia el primer gesto de debilidad que le auguraba un fiel concurrente a su morada.
- Hoy es miércoles, quiero acompañarte a la entrega- Fue lo único que Tito dijo, pero con una voz que a David le recorrió el espinazo con una corrientazo helado y relampagueante.
- Muy bien, pasa y tomate un café- Fue lo que pudo responder después de interrogar el gesto de Tito inútilmente.
David recibía cada semana, en la frontera de la provincia, un pequeño pero respetable cargamento de drogas con el que abastecería a sus fieles drogatas de pueblo. Este hecho era sabido por todos, pero el ingenio y la industriosidad de este hombre eran tan grandes y recursivos que durante 7 años había logrado mantener su negocio a flote sin que las múltiples redadas de la policía, ni el perpetuamente estacionado camión de lavandería que le vigilaba lograrán nunca descubrir como y por donde introducía David su mercancía. Nada se sabía de sus proveedores, pero era evidente su poderío, 4 personas habían muerto baleadas en los últimos años, y todas ellas eran deudores de David. En resumen, David era temible, temible para todos, incluidos sus clientes; para todos excepto para Tito... Y a David, acostumbrado a saber de antemano todos los pormenores del carácter de los que conocía, experimentaba una confusa mezcla de curiosidad y fastidio amable por este joven que venía a ponerse en sus fauces por su propia voluntad.
Por un momento, mientras servía el café caliente, llegó a temer que este joven fuera el lazo hábilmente tendido por la policía para poder agarrarle por fin; pero descarto este pensamiento de inmediato, no solo por el secreto placer que le producía su presencia, sino por recordar que durante las dos ocasiones en las que la policía estuvo a punto de atraparle; siempre en fiestas clandestinas en una de las haciendas de los políticos de la capital; Tito siempre la había dado el aviso de manera imperceptible, mientras aparentando una borrachera a la que no llegaba nunca se liaba a puñetazos con el primer agente que veía entrar a la casa.
No, no era Tito un lazo...
Sin embagues le explico el método a seguir para la obtención del cargamento, el transporte en una camioneta desvencijada pero potente desde un punto inexpugnable e ignorado por todos, hasta una de sus múltiples bodegas clandestinas repartidas sin orden ni concierto por toda la ciudad.
Tito no se sorprendió a saber que una de tales, era el confesionario cerca de la virgen en la iglesia, ni le sorprendió tampoco que el sacerdote y el alcalde obtuvieran pequeños beneficios de la empresa de David.
Para cuando David terminó de explicar los pormenores del trabajo ya caía la tarde en la ciudad; David se dirigió a un armario comido por las termitas y sacó un paquete envuelto en un pañuelo rojo, y entregándoselo a Tito, dio su última recomendación...
- Si alguien se acerca, así sea tu santa mamacita, le vuelas la cabeza de un disparo, ¿Está claro?-.
- Conforme- Respondió Tito acariciando el revolver cromado que le entregaba David.
- Bien, entonces en marcha, tardaremos 6 horas en llegar al lugar de entrega.
III
“Contemplad al hombre y su patética desventura”
El aire entraba a raudales por la ventanilla abierta de vehiculo; aire, mas aire, Tito jamás se cansaría el aire puro y limpio que jugaba con su cabello y aplacaba el calor y el miedo; casi se sentía volar mientras cerraba los ojos y dejaba volar su conciencia con el ritmo y los embates del viento; dejando atrás todo el miedo, y teniendo tan solo ante sí, la inmensidad verde de los campos, y su absoluta carencia de hombres. Hombres que eran tan mediocres como su hermano, o como el mismo, tan predestinado al fracaso... Tan predestinado a la pusilánime contemplación de su propia derrota.
Pero el peso del revolver en el bolsillo de sus vaqueros desteñidos le recordó de inmediato donde estaba; y que ignoraba por que carajo se había metido en esto; sin que ese sentimiento alterara para nada la completa nulidad que sentía en el momento. La absoluta carencia de deseos, distintos a los de viajar con el aire hasta donde este quisiera llevarle...
El viaje fue en efecto largo; y cuando llegaron al destino; una meseta rocosa, en la que algunos árboles raquíticos y quemados ornaban el paisaje monótono y violento; Tito estaba tan cansado como cuando despertó; un crujido de su estómago tambien le informó que no había comido gran cosa; cosa que le desconcertó, pero dejando paso a las sensaciones corporales, se concentró en no fallar su cometido, y por primera vez en su vida, tuvo conciencia de la magnitud de su propia imprudencia.
No había más que esperar y vigilar; esperar y vigilar hasta que las primeras estrellas de la madrugada llegaran. Esperar; vigilar...
Por una misericordiosa gracia del cielo, Tito dejó de pensar durante las penosas horas que transcurrieron hasta que un silencioso grupo de tres caballos cargados con abultados fardos rodeara la meseta dirigiéndose hasta ellos. David, que consumía su impaciencia dibujando en el suelo con la punta de sus zapatos los garabatos indescifrables que son típicos de los impacientes y los fastidiados, exclamo con furia - ¡Quien vive!-.
- Jonás – Dijo el embozado que llevaba a las monturas de un largo ronzal de cuero curtido. - ¿Quién es ese? – interpeló una ves que hubo llegado a la cima de la meseta con dificultoso respirar- .
- Amigo – Respondió David.
- Bueno, ¿El dinero?
- En el auto, ¿Mi paquete?
- En las mulas-
- ¿Lo acordado?
- Como siempre...
Sistemáticamente, el hombre que se hacía llamar Jonás, desato el cargamento y ayudado por Tito lo traslado a la desvencijada camioneta, bajo la atenta mirada de David que se consumía por la impaciencia mientras murmuraba constante mente - ¡Rápido, rápido!-.
Una vez cargado el auto, Jonás se cruzó de brazos bajo la pesada capa y tanteando algo en su cinturón preguntó con una voz que pretendía ser tranquila, pero que era traicionada por el evidente nerviosismo que empapaba todo su cuerpo como la niebla que ya empezaba a ascender por las laderas de la meseta.
- ¿Cómo va el negocio?
- Andando, dijo David, mientras distraído y de espaldas a Jonás contaba sobre el capó del auto los fajos de billetes en una mochila rotosa y sucia.
- Bueno- Dijo Jonas con el mismo tono que pretendía ser circunspecto pero que de inmediato hizo resonar una cuerda en la mente de Tito-.
Ese hombre tenía miedo, olía a miedo; lo veía y lo escuchaba tan claramente como la respiración humeante de las monturas; movía desesperadamente las puntas de sus botas, y trataba de sacar algo de su cinturón (O del lugar en el que se supone estaría) pero evidentemente no podía; quizas contribuyese a ellos su prominente y bamboleante panza. Cuando hubo exhalado un suspiro sacó una escopeta recortada, muy parecida a las que usaba Tito en su infancia para cazar ardillas y apuntó a la espalda de David...
- Hijo – Dijo jonas apuntando tambien a Tito – Si te mueves te mato.
David se dio la vuelta, con un fajo respetable de billetes en cada mano, y un gesto de doliente sorpresa se cruzo por su rostro...
- Te moviste- Dijo impávido Jonas- Te jodiste- y disparó.
Tito hubiera jurado que los labios de de David alcanzaron a murmurar una palabra – Mierda- pero el fragor de la detonación le hizo saltar, colocándose tras del auto, mientras escuchaba el gorgoteante sonido de salía de la garganta de David.
No necesitó del golpe seco del cuerpo de David contra el suelo polvoriento para saber que su corto periodo a sus órdenes, había terminado de improviso...
Escuchó como Jonas volvía a cargar la escopeta y se afanó en sacar el revolver de su bolsillo, con una mano que no paraba de temblar.
- Hijo- Dijo Jonas con una voz falsamente protectora- Mejor sales y arreglamos esto-.
- Sé que no querías que esto pasara, pero que quieres; negocios son negocios, y tu amigo tenía unos cuantos que le quería tal cual está ahora, mordiendo polvo por gracia del diablo. ¿Por qué no sales y nos arreglamos como amigos? Desde que no abras esa linda boquita de adolescente no te pasará nada, tienes mi palabra, y la palabra de Jonás vale como la que más-...
Una deliciosa frialdad inundaba el cuerpo de Tito, una frialdad que no tenía nada que ver con el miedo, ni con el odio; una gélida corriente de energía que calmaba el temblor de sus manos y le permitía examinar con gesto concienzudo el revólver, buscando un defecto inexistente...
Exasperado por el silencio de Tito, Jonás dio tres silbidos bajos y dos sombras que estaban ocultas tras una piedra en la que Tito no había reparado antes, se pusieron al lado de Jonás.
- ¿Que hay?- Preguntó una de ellas a Jonás-.
- Collons, que este cabrón no estaba en el plan- Dijo Jonas con rabia-.
- Pues ni modo, hay que matarlo-.
Y elevando la voz Jonás dijo – A ver, a ver, cachorrito, o sales o te sacamos, ¿Tu que eliges?
Mudo silencio por parte de Tito que agazapado, intentaba escudriñar la oscuridad reinante en busca de un sitio a cubierto.
Dos disparos rompieron la monotonía del aire y una de las sombras que acompañaban a Jonás se desplomo con un juramento que hubiera hecho sonrojar a la mas curtida de las matronas del pueblo, al instante, Jonas y el otro acompañante se tiraron al suelo y esperaron la salida imprudente del jovenzuelo.
- Hijo de puta- Murmuró Jonas por lo bajo- Se nos creció el cachorrito-.
Dos disparos más, y el otro acompañante fue a reunirse con su amigo a donde sea que se largan los muertos... Jonás, furioso empezó a disparar contra el auto con la esperanza de atinarle a Tito... Un grito de dolor dibujó una sonrisa en el rostro curtido y del traficante. Se había terminado todo, y no había problemas, dos madres llorando, nada mas, y pronto una tercera... – Un buen saldo, después de todo-.
Cautelosamente se dirigió hacia el auto, espiando cualquier movimiento y presto para acribillar al jovenzuelo impertinente ante la menor amenaza...
Cuando hubo rodeado el auto se encontró con la figura erguida de Tito Strada que sostenía el revolver apuntándole a la cara; una mancha de sangre era visible en el bajo vientre del joven, que sonreía mientras una mano que no temblaba en lo absoluto sostenía el revolver y otra un cigarrillo encendido...
Esa sonrisa hizo que la piel de Jonás hormigueara de espanto; esa sonrisa, esos ojos, que brillaban como el infierno que le pintaba todos los domingos el sacerdote de la parroquia... Esos ojos... Jonás había visto esos ojos, mucho tiempo antes, eran los ojos de un carnicero, antes de sacrificar un animal, fríos; gozando ante la perspectiva de la sangre que derramaría. Ojos sin miedo, ojos de diablo....
Afanosamente recordó que en la recamará de su escopeta de caza tan solo quedarían por gracia de dios una o dos balas a lo sumo; y lo mas probable era que ninguna; había metido la pata desperdiciando balas contra el auto, y tan solo había logrado herir al malnacido que fumaba impertérrito y amenazaba con volarle la cabeza...
- Mierda, mierda, mierda- Era lo único que podía pensar Jonás mientras un sudor frío y pegajoso recorría su espalda...
La voz de Tito se elevó calida y limpia, por encima del nerviosismo del otro; - Mi nombre es Tito- Dijo sonriendo- Y tu; tu estas muerto, cabrón-.
Jonás alzó la escopeta y sintió la descarga del disparo; mientras sentía que la bala de Tito, entraba en su cabeza, por la frente y borraba toda certeza del momento, toda certeza de su vida... Alcanzo a oler antes de que la oscuridad se abatiera sobre él, el aroma inconfundible de la carne quemada por el plomo caliente.
IV
“Las lagrimas de un hombre son la peor cura para el aburrimiento”
Tito contemplo en cámara lenta como el cuerpo de Jonás, ya flácido por la muerte; se derrumbaba levantando pequeñas nubes de polvo junto a la camioneta. Observó paciente como el polvo se asentaba de nuevo y arrojando el revolver se sentó apoyando su espalda en el costado del vehiculo.
Un dolor sordo y quemante le llegaba de su pecho, y no necesito mirar para saber que la escopeta todavía estaba cargada; su respiración era tranquila, casi normal, pero sabía, por el caliente hormigueo en su pecho, que el maldito viejo tenia buena puntería.
Se extraño así mismo, de la certera bala que había perforado la frente del anciano traficante, y cayo en cuenta, que había matado tres hombres... Tres hombres como el mismo; tres hombres vivos.
Era extraño, extraño que lo único que se necesitara para estar muerto era haber estado vivo...
-Muy extraño – Dijo con voz ronca-.
Contempló el cigarrillo casi acabado y lo arrojó lejos de sí. Encendió otro y se dispuso a esperar la muerte.
No dolió, no sintió miedo, no sintió tristeza por el mundo que dejaba a tras rápidamente mientras el resto de su sangre seguia manando sin control de su pecho y vientre.
No pensó en su madre, ni en su padre que nunca conoció y al que odiaba con la misma secreta complacencia con la que odiaba a su hermano (Por que le recordaba sin saber por que la voz de su progenitor) y con la que se odiaba a si mismo por el único pecado de haber nacido.
No recordó el amor de Verónica, ni el tacto de su piel, ni el color de su cabello, ni sus ojos asombrosamente inteligentes.
Cualquiera que por azar del destino imposible hubiera acompañado a Tito en esta hora de suprema rendición a la parca, solo habría podido atestiguar de una frase, un movimiento... El que hicieron los ojos oscuros y tristes y sus labios resecos y enfebrecidos.
Un parpadeo, y una frase...
- Ni dios ni diablo, no hay nada, nada... Todo es engaño-.
Pero no, no es del todo cierto, tambien hubiera sido testigo, de la enorme sonrisa con la que Tito acogió esta revelación suprema; y hubiera sonreído tambien, junto con el, mientras ya libre de dolor y culpa, por entero salvado, volvía a la que siempre había sido su morada.
Sariel Rofocale
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