sábado, 9 de febrero de 2008

De todas las voces, La mía

De todo el espacio, un camino,
De todos los sueños, la desgracia,
Tras los periodos constantes, cortados por el infame filo de mi tedio,
Hago un nudoso clamor al destino, y muero con deliciosa frialdad...

De toda la imagen, tan solo un fragmento, y en cada tormento, mi desidia.
Mi depravada complacencia que es mi alma y mi dios vivo,
Anhelo por siempre, con todas las voces, forjarme un pedestal para ser escupido...

De tu rostro, un pedazo; sanguinolento retazo del antiguo cariño,
Romper con mis uñas tristes la bondad de tu piel,
Y hacerme un abrigo con tus lágrimas de plata,
A veces tengo sed de tu dolor y tu miedo,
En la piedra dormida de mi tumba, y en la agonía tranquila de mi fallecer por el mundo, decirte a la cara... ¡Te odio!

De mi arrepentimiento vacuo,
Un homenaje a la mentira, “Por que todos mienten y a nadie le importa”
De toda creencia al altar del vacío,
Con velas de hierro, azotar el pellejo, del oficiante del caos, que unos llaman por ignorante fe, providencia...

De todos los ángeles, que llueven desprecio,
Con voz carente de verdad y siniestro,
Y en cálido ahogo de la quietud serena,
Convertir mis ojos en crisálidas de hielo...

Y en cada camino, y ensueño, por todas las piedras
Sobre mi espalda vencida, las palabras de un dios
Brindando el aliento, el látigo infame de la bondad del cieno;
De todas las voces, mi camino, de todos los dioses, mi egoísmo...

Sariel Rofocale.

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