sábado, 9 de febrero de 2008

Esperando la mañana

Esperando la mañana, en una noche que muere.


Le llamaban la tía, y su tugurio cobijaba el hambre y el sueño de los viandantes de la urbe dolida.
No era más que una covacha un tanto miserable, pero allí a cambio de poquísimo dinero, podrías obtener calor, una sonrisa desdentada y comprensiva mientras encendías el último cigarrillo antes de la aventura riesgosa de volver a casa con una borrachera tremenda y moribunda.

No recuerdo la razón por la que Dante, Mayorga y yo, caminábamos los sombríos pasajes de una ebriedad barata. Quizás por que la luna llena se alzaba majestuosa y burlona sobre el cielo de nuestras desdichas.
Por que era una noche de magia a la que había de rendir tributo, sin más carne que la de mi pecho descubierto al viento frío del páramo, sin más himnos que mi propia voz, agonizando en el frío del tranquilo cementerio.
La noche sabía a miedo, la noche me sabía a espanto, y tanto Dante como yo compartíamos ese secreto saber, esa oculta seguridad, la certeza de la muerte, riendo en silencio en nuestra espalda, precipitándonos a la nada, al fin ominoso que todo poeta ha de tener en el mundo que le ha sido asignado.

Tenía en la lengua ese regusto acido y dulce, del vino barato y tibio, recién salido de las entrañas de la tienda, puesto que pobre era el bolsillo de los celebrantes de aquella meticulosa ceremonia.

No han de enfurecerse los hados por tamaño despropósito. Querer tan solo ser viento y pretender saltar, abrir los ojos en el suelo, violar la intimidad de la piedra, llorar, impávido y sereno, las rosas malditas olvidadas en manos traidoras…
Todo aquello de lo que se compone la pena, la bizarra tristeza que empaña la piel de los sobrevivientes de la urbe.
La vivencia de cada paso dado, de cada engaño sorteado, la dulce y escaldante agonía del que vive y piensa, sin tener por ello mayor utilidad en el mundo.
No más, al menos que la de las risas de los borrachos de cantina, no más que la urgencia de moverse rápido, antes de que el tedio nos encontrara en estas calles, sin refugio caliente para protegernos.
Es cosa seria el tedio en las noches de insomnio, es cosa seria el destino frío en el figón caliente de la morada última.

El sacrificio fue consumado, la negra sangre de la tierra broto generosa de la botella barata, y los sones roncos y sinceros de las almas dolidas, resonaron con fuerza en el valle donde se enclavaba la blanca ciudadela.
Llena de acogedores rincones de ensueño, tentadores apartamentos de la burguesía de la muerte, hotel cinco estrellas de los vagabundos y los guerreros cansados y batientes.
De tan buen servicio, que auguraba un retorno imposible y una estancia matizada cono los cretinos turbadores de los sueños eternos.

Allí, al amparo de las pesadillas, allí, cuando el frío y el sueño amenazaban con tomar su presa en mi fatigada voluntad; arrancar con ansia, la paz remota que aún conservábamos, pude sentir su presencia, mi ángel tutelar, acariciando mi rostro frío y amoratado, apaciguando la rabia, en la tormenta de odio ajeno que amenazaba con romper los diques de mi realidad.
¡Ah! De la alquimia del vino, el arcano químico que nos da olvido y que me hace recordarla.

Murieron los roncos acentos del tiempo, palideció la noche ante el frío cortante de la aurora, y solo restaba el café, caliente y sencillo, observando la agonía del cielo, cuajado con las últimas estrellas.
Que joya le regalaría yo a los ángeles, con que limpia sinfonía, ajena a los cantos de Satanás acariciaría sus rostros, sin evitar llorar y maldecir el pasado doliente y vergonzoso.
Que madero podría asir yo antes de hundirme de lleno en su hechizo, antes de poder salvarme, sin poder ya huir, y sin querer hacerlo.
Ese ángel que me turba de a poco, y de manera astuta y silenciosa, me hace necesitarle, sin que medien tan solo barreras, sin que importe la distancia, ni la soledad dulce y sincera del vino.

Dante proclama su odio, a las criaturas todas de la tierra. Mayorga recuerda la sangre manchando sus dedos inocentes, “Si usted me entiende”.
Son negros estos ojos impertinentes. Son tres soñadores sin cuento, sin razón y sin destino, morirá y nacerá la vida, en las callejuelas puras de la raza, y no habrá un cántico que nos redima. Moriremos, ¡Eso es cierto! De impune manera se gozará la tierra el espectáculo de la rabia, en callejones abiertos caminarán las almas, no existirá una razón ya para seguir llorando, ni tampoco la habrá para sonreír.
Cierra ya el negro de la noche inmoral. Surgirá de nuevo, mañana, quizás pasado, ante el vuelo del halcón y el atronador saludo de las aves puras a una mañana de sangre.
En algún lugar, hoy se ha vertido vida, ya que gris y plomizo es el amanecer, sin que ello me quite, de la piel y del alma la necesidad de verle, la necesidad de ver, todo el tiempo que sea posible, más amaneceres grisáceos. En su suave compañía, curaré mis alas rotas, con este café, con este humo de futuro incierto.
Es cierto, es poco probable que ocurra, pero la sola ilusión de que pase, es más fuerte que la más dura de las drogas, más fuerte que este cansancio infame que me atormenta las venas.
Hoy no soñaré con sangre, dormirán las alamedas su vida, mojarán los campos los tenues rocíos de los dioses. Pero no culminará esta historia, hasta que todo lo que haya que hacerse, sea real, hasta todo lo que deba decirse, pueda enunciarse. Hasta que las palabras sean hechos. Hasta que este sueño, sea más real que la dura y solitaria cama que me espera con ansia.

Sariel Rofocale.

E tutto!! Es tonto, es infantil y mediocre como todo lo que escribo cuando estoy feliz y tranquilo…
Pero va en el todo mi amor, y todas las bendiciones… Para ti!!!

No hay comentarios: